Las creaciones musicales no han discurrido al margen de las corrientes sociales, políticas y existenciales que han atravesado el siglo XX, sino que se han insertado en ellas hasta llegar al remanso del pop. Guerras, diferencias y resistencias culturales, conflictos civiles, y combates ideológicos, están asociados en el imaginario colectivo a determinadas canciones.   Así como algunos escritores de impronta decimonónica dictaminaron el agotamiento de la novela, otros artistas de vuelo corto creyeron que con Wagner la música estaba dando sus últimas boqueadas para perecer con Mahler y Strauss. Sin embargo, Stravinski presentó en la sala de conciertos los nuevos lenguajes con acentos jazzísticos que procedían del otro lado del Atlántico, donde, a la postre, tuvieron que refugiarse los compositores del dodecafonismo, huyendo del futurismo totalitario.   Los valores lúdicos que Gershwin, Glenn Miller y Cole Porter introdujeron en sus composiciones no constituían inocentes evasiones. Eran cargas de profundidad contra la opresión, los prejuicios y las prohibiciones: el hombre se quita la máscara y a ese acto sigue la jovialidad, como reflejo luminoso de la libertad.   Antes de que irrumpieran Elvis Presley y los Beatles, cambiando el rumbo de la música, las canciones protesta de Jacques Brel y Charles Aznavour enardecieron a toda una generación. Se abandona la sala de concierto por el espacio abierto donde campan a sus anchas los jóvenes rebeldes seducidos por la estética del rock and roll. “Haz el amor y no la guerra”. Las protestas contra la guerra imperialista encontraron eco en las canciones de Joan Baez y Bob Dylan.   Dos décadas más tarde, disuelta la corriente de rebeldía juvenil sesentayochista en una gigantesca ola de conservadurismo, los Dire Straits invitaban a levantarse contra el engaño de la guerra fría, mientras Pink Floyd iba quitando ladrillos del muro que se derrumbaría para que pudiéramos marchar sobre Berlín, como profetizó Leonard Cohen.   Resulta evidente que los himnos que reflejen el espíritu de libertad que anima a los jóvenes árabes no pueden ser entresacados de esos cantantes de música ligera y servil que animaban las veladas de los déspotas y sus vástagos.

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