Busto de Tocqueville (foto: Bob Pruger) La libertad política en Tocqueville   La moderna filosofía política ?transformada en lúcida ciencia política por obra de pensadores como Antonio García-Trevijano y Dalmacio Negro, entre nosotros? ha permanecido ciega durante los últimos doscientos años ante el hecho, y la posibilidad práctica, de la existencia de libertad política colectiva. La libertad política ha sido entendida, casi exclusivamente, desde el punto de vista de la libertad individual, pero hay que conceder, que, si no inevitable, este desvarío intelectual, nefasto por otra parte, resulta comprensible, ya que la libertad política desapareció, con escasas excepciones, de la vida política de sociedades europeas hace, por lo menos, trescientos años, y casi nadie sabe ya o ha experimentado lo que es.   Una de dichas excepciones la constituye el pensamiento de Tocqueville. «El tema de la libertad política traspasa toda la obra de Tocqueville», afirma David Carrión en la tercera edición de su libro, Tocqueville. La libertad política en el Estado social. «Su reflexión sobre la libertad política ?añade este autor? es, sin duda, una de las más sobresalientes». En el prefacio a su obra, El Antiguo Régimen y la Revolución, Alexis de Tocqueville (1805-1859) declara cómo los franceses, que en el 89 repartían su corazón entre el amor a la libertad ?que añoraban? y el amor a la igualdad ?que los apasionaba?, llegaron a olvidar su primer objetivo y, «olvidando la libertad no desearon otra cosa que ser los servidores iguales entre sí del dueño del mundo».   Y, tras mencionar un párrafo escrito por él en su juventud, en el que describe la sociedad de masas en que se había convertido la sociedad francesa por aquella época, subraya la importancia que podría tener el ejercicio  de  la libertad colectiva en este nuevo tipo de sociedad. Dice Tocqueville: «Solo la libertad, por el contrario, puede combatir eficazmente en esta clase de sociedades los vicios que les son naturales y detenerlas en la pendiente por la que se deslizan. En efecto, únicamente ella puede sacar a los ciudadanos del aislamiento en que la misma independencia de su condición los hace vivir, para obligarlos a relacionarse unos con otros; ella solamente puede reanimarlos y reunirlos cada día por la necesidad de entenderse, de persuadirse y de complacerse mutuamente en la práctica de los negocios comunes».   Pero, quizás, para mi gusto, la más bonita e importante afirmación del político pensador francés, al interrogarse acerca de la fuente de esta pasión por la libertad política, «que en todos los tiempos ha movido a los hombres a hacer las cosas más grandes que la humanidad haya realizado jamás; en qué sentimientos arraiga y se alimenta», es la siguiente: «Lo que, en todas las épocas, la ha hecho arraigar tan fuertemente en el corazón de algunos hombres, han sido sus propios atractivos, su propio hechizo, independientemente de sus beneficios; es el placer de poder hablar, actuar, respirar, sin temor, bajo el solo gobierno de Dios y de las leyes. Quien busca en la libertad otra cosa que ella misma está hecho para servir».   «¿Qué les falta para ser libres? ?continúa? ¿Qué? El placer mismo de serlo. No me pidáis que analice este placer sublime; es necesario experimentarlo. Penetra por sí mismo en los grandes corazones que Dios ha preparado para recibirlo; los llena, los inflama. Hay que renunciar a hacerlo comprender a las almas mediocres que jamás lo han sentido».

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