La rigurosa separación entre política y religión que nos legó el denostado e incomprendido Maquiavelo, fue malbaratada con la secularización de los conceptos religiosos que la revolución francesa introdujo en el ámbito político. En esta era de teología política, de ideologías salvíficas, de soberanía ultraterrenal de los pueblos y mando rastrero de los gobernantes, de autodeterminaciones nacionalistas, el deporte no sólo se ha puesto al servicio propagandístico del Poder sino que también se ha convertido en la religión de nuestros días.   Desde tiempos homéricos, los juegos de fuerza y destreza han constituido una versión litúrgica del combate a muerte, una ritualidad que contribuye a forjar las señas de identidad de la tribu, de los míos frente a los otros, porque los “iguales” en fervor y devoción hacia unas “banderas” y unos “colores” sellan su alianza a través de la satanización de lo ajeno/contrario. Y siendo el diablo la sustitución sistemática de lo abstracto por lo concreto, Mourinho se ajusta al papel diabólico que le asignan los seguidores barcelonistas, mientras que el beatífico Guardiola está por encima del bien y del mal.   (Foto: Sophie-Ellis) El elemento recóndito del saber sigue siendo muy eficaz para impresionar e incluso abusar de los ignorantes; y la posición del sabio es valorada por los analfabetos del fútbol (aunque quizá sea este el único espacio público donde no se prodiga el analfabetismo) en términos de íntima familiaridad de aquel (del “Míster”) con las fuerzas ocultas. Aunque no era probable que el hechicero portugués consiguiera exorcizar el buen juego del Barcelona en el lugar de culto y comunión de su parroquia, muy pocos esperaban que el Real Madrid se consumiera en las llamas de la humillación. Ya no se entiende el deporte como algo que, en oposición al trabajo, no nos es impuesto, ni es útil ni se remunera: un esfuerzo espontáneo, que hacemos por puro placer. En esta época, a jugadores con fabulosos contratos se les exige entrega y resultados, y la ineficacia, como bien sabe Mourinho, es un pecado contra el Espíritu Santo del Fútbol.

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