Pedro Carvalho entrevista a Alberto Recarte (foto: Pedro Carvalho) Los "periciclitadores" Se entiende el ánimo subido con el que algunos exiliados intelectuales del Régimen, como lo somos nosotros, acogen las hasta ahora desconocidas afirmaciones de ciertos referentes del espacio público acerca de —textualmente— la “partitocracia”. Especialmente notable es el caso de Alberto Recarte, que titula su segundo informe con un sonado El Desmoronamiento de España. Sin embargo, no hay un atisbo de esperanza en el discurso de los “Recartes” y de los de su cuerda, pues se lamentan de la quiebra económica del Estado de partidos que apoyan, pero jamás pretenden relacionar su remedio con la posibilidad institucional de la libertad política para los españoles. Ya lo dejó claro Jesús Huerta de Soto, catedrático de Economía Política de la Universidad Juan Carlos I, en el acto de presentación del citado libro: se trata de una "hoja de ruta de incalculable valor para los políticos".   Examinando la Constitución de 1978, no es posible encontrar algo en el articulado que pudiera impedir que los todopoderosos partidos políticos —ellos se lo guisaron para comérselo y hacérnoslo tragar a los demás—, combinados con el mercadeo sobre el reparto nacional y autonómico que negociaron con el sistema electoral preconstitucional, ni siquiera refrendado; se convirtieran en una casta despótica, corrupta y ruinosa para la gran mayoría de los españoles. Como tampoco hay absolutamente nada que, sin algún tipo de ensoñación de por medio, nos pueda hacer pensar que hoy en día estas organizaciones sean peores o más perversas que hace diez o veinte años. Si no nos fijáramos estrictamente en el saldo macroeconómico, atreviéndonos a contemplar la sociedad como una síntesis dinámica, en vez de como esa cosa informe meramente embutida en la putrefacta tripa del armazón teórico de su propia economía, a la que ha de subordinarse una estructura política admisible para sus potentados; nos hubiéramos dado cuenta del largo tercio de siglo de decadencia de la nación, como pone de manifiesto el testigo demográfico y su etiología. Cualquier modelo de ecología humana —recuerdo que para el caso de nuestra especie ésta trasciende el medio ambiente natural— habría encendido todas las luces rojas de alerta ante tan intenso y constante retroceso, signo inequívoco de una dañina “intensificación” en la sociedad postindustrial. “Me ha sorprendido el enorme esfuerzo inversor” —decía entonces el iluminado Recarte, incluyendo el obligado gasto de las familias— “que estamos haciendo los españoles. Es verdad que no ahorramos lo suficiente, pero también que invertimos más que nadie”. Ello a costa de la reproducción, espita silenciosa por la que el Estado de partidos disimulaba la merma productiva de la novedosa infraestructura a la que nos condenaba la homologación europea.   La grosera intelectualidad española, siempre oficial, oficialista o en camino de serlo, está versada en explotar los complejos patrios en beneficio de la minoría de alto estatus de la que son devotos. Les espanta que un grupo activo de los comunes pudiera llegar a participar en la elaboración de las leyes o incluso en las medidas de gobierno. Ello por no hablar de un sistema electoral que convirtiera a los diputados en representantes y al jefe del Gobierno en una elección nacional, separando los poderes del Estado. El estrangulamiento institucional que la Monarquía mantiene sobre la mínima sociedad civil española, tomando el testigo del Franquismo —que por evidente fue menos grave—, ha tornado el aislamiento internacional de aquel en complicidad exterior con las partitocracias europeas. Pero éstas nunca hubieron de sacrificar un tardío desarrollo industrial por ser bienvenidas en el club, más bien al contrario, y a cambio se beneficiaron del dinero norteamericano para su reconstrucción. Ahora, y llegados a este punto de evidente podredumbre, encontramos ya las primeras voces para reconducir la horripilante situación. Recarte y los suyos no son más que los heraldos del fin de ciclo, siempre incapaces de aunar inteligencia y valentía, meros ideólogos de la sostenibilidad del Régimen a través de su reciclaje. ¡Cabe mayor muestra de austeridad intelectual!

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