Los introspectivos personajes de Joseph Conrad están fuera de lugar en un mundo literario donde se rinde culto a la ligereza. Tampoco parecen encajar con las exigencias narrativas del comercialismo cinematográfico, y, sin embargo, renombrados directores se han inspirado en las sugerentes inquietudes conradianas: Hitchcock (Sabotaje), Carol Reed (El desterrado de las islas), Richard Brooks (Lord Jim), Terence Young (El aventurero), Ridley Scott (Los duelistas).   Curiosamente, es el acercamiento indirecto realizado por Coppola el más apreciado por los aficionados: el coronel Kurtz en el corazón de las tinieblas vietnamitas, o cómo el hombre, en condiciones adecuadas, no puede resistir la tentación de llevar el mal al extremo del horror, arrasando lo que tiene alrededor y destruyéndose a sí mismo.   En la novela de Conrad, El agente secreto, aparece un personaje atrabiliario, experto en la preparación de explosivos, que podría haber lanzado aquella advertencia de los anarquistas españoles en un Congreso celebrado en Valencia, a finales del siglo XIX: “Si la sociedad no cede, es preciso que el mal y el vicio perezcan, aunque tengamos que perecer todos con ellos”. Y es que la virtud enteramente pura puede ser tan criminal como el cinismo más rastrero.   Brando-Kurtz La grandeza humana es algo que hay que conquistar una y otra vez con lucha, obteniendo la victoria cuando vence en su propio pecho el ataque de la vileza. Lord Jim, en el combate que entabla contra su pasado para limpiar de él la mancha de la cobardía, no desea la aprobación de los demás o la integración en la comunidad, busca pertenecerse a sí mismo, abrazar aquello que constituye lo más valioso de una vida humana singular: el orgullo, la dignidad, la libertad de la propia conciencia.

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