La acción que se desarrolla sobre una pantalla está absolutamente controlada por el director. Nuestra mirada puede vagar por el escenario o detenerse aquí o allá en lo que nos muestra la pintura. En el cine, sin embargo, cuando la cámara se mueve nos dejamos guiar por ella, y cuando permanece estática contemplamos fijamente lo que proyecta. Actor y director -tanto en el teatro como en el cine-, escritor, hombre de radio, gourmet y mago, Orson Welles era un experto en todo aquello que emprendía, capaz de orquestar, ensamblar, o montar, un conjunto de materiales diversos para dar lugar a una obra inconfundible.   Aparte de su falta de sentido práctico, la voluntad irrefrenable de embarcarse, bajo las circunstancias más adversas, en varios proyectos de forma paralela, delataba su preferencia por el proceso creativo antes que por el producto, el placer que obtenía por la realización de una película como un work-in-progress interminable. “Publicar es dejar de corregir”, decía Borges. Lo que supuso Ciudadano Kane ya es bien sabido (el extenso noticiario incluido en esta obra genial preludia el llamado falso documental). Menos reconocida resulta la última gran contribución de Welles al lenguaje cinematográfico: la veta ensayística de la que extrae Fraude (1974). Alrededor de su carismática personalidad y su magnética voz se abre paso un género que Godard explorará una y otra vez.   Orson Welles No está de más recordar que la personalidad del autor empezó a ser el verdadero centro de la meditación de Montaigne, adquiriendo el carácter de una “pintura del yo”; “Yo mismo soy la materia de mi libro” dice en el prefacio de su obra. Este filosofar autobiográfico que comprende y aprehende igualmente la singularidad del individuo y la universalidad de la condición humana, es un sabroso y maduro fruto del Humanismo: “La verdadera ciencia y el verdadero estudio del hombre es el hombre mismo”. Orson Welles dejó una impronta singular en todo lo que hizo, y a los veinticinco años de su muerte, continúa interpelando y captando la mirada del espectador contemporáneo.

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