Qué hambre tengo mamá (foto: tataili) Rebelión láctea   No es la primera vez ni será la última en ser ellas las que se rebelen. Una mujer es expulsada con gran descortesía de una tienda de ropa en la que se dispuso a amamantar a su hijo. A los dos días, con asombrosa celeridad y capacidad de organización, un buen centenar de madres se reúne para acudir en conjunto a esa misma tienda, y allí todas dar el pecho a sus correspondientes criaturas. Habrá también discurso en la calle. Cien madres, incluso veinte, acaparan la atención de todo el centro urbano. El bochorno del negocio es total; la victoria apabullante. Se sabe ya de cien madres que jamás pisarán la tienda, pero seguramente muchas otras personas, ofendidas por un trato que ellos o ellas mismas habrían podido recibir.   De sucesos como éste puede sacarse mucho jugo. Desde la ridiculez del pudor, pasando por las aberraciones modernas de la práctica médica en lo relativo a la maternidad, hasta los intereses de los oligopolios farmacéuticos, que hacen lo que pueden por enchufar su “fórmula” a los mamones. Pero ante todo puede aprenderse de lo mucho que puede conseguir una iniciativa simple, bien realizada y con objetivos concretos. En el terreno económico el aprendizaje es absorbido más deprisa. Los agentes económicos (todos, en cierto modo) aprendemos las lecciones rápido, por la cuenta que nos trae. Si un grupo no demasiado numeroso de consumidores se asocia para boicotear un producto indeseable, la cadena de producción responde. No desprecio cuestiones tales como la creación de consumo insustancial en que nos vemos inmersos, o similares leviatanes. Pero no deja de ser cierto que, en el mercado, si algo no funciona tiende a reponerse.   En el dominio político la cosa cambia. Aquí el problema es mucho más complejo, y también más radical. Además, como nos enseña García-Trevijano, el papel que juega el azar parece aquí mucho más preponderante. No obstante, los mecanismos instintivos de la rebelión política, que podrían empezar por un asunto económico o incluso doméstico, son parecidos. La diferencia esencial es que la rebelión política debe tener una idea de Estado. Sin ella, toda rebelión no sólo quedará en agua de borrajas, sino que seguramente será aprovechada por el régimen como un motivo más de propaganda: ¿no veis toda la libertad de la que disfrutamos? ¡Hasta hay oposición!   Idea de Estado tienen pocos. Y lamentablemente casi todos los que la tienen, la utilizan para preservar el presente. Por eso resulta esencial tomarle el pulso a la sociedad, porque sólo desde ella puede surgir un movimiento capaz de cambiar los ejes de abscisas y ordenadas del poder. ¿Será verdad al fin que dos tetas pueden más que dos carretas?

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