Carnaval (foto: jonvelle) Subversiones antiguas y modernas La subversión del orden dado es un síntoma inequívoco de libertad. La práctica política moderna y la intuición genial de algunos pensadores basada en ella ha ido dando lugar a un desarrollo progresivo de garantías institucionales que operan de un modo complementario, pero no idéntico ni sustituible, al que en casi todas las culturas antiguas antes de la modernidad tenían ciertas ceremonias marcadas en el calendario oficial, tales como el carnaval, o, como en unos rituales africanos, ese día en que el que va a ser nombrado rey es públicamente insultado y apaleado. Estos ritos o ceremonias recuerdan que el poder ejecutivo, sea el que sea, se fundamenta en algo muy anterior. En primer lugar, en el consentimiento de todos los implicados, y en último término en un estrato del ser más animal que propiamente humano, origen de la libertad.   La inteligencia de los mecanismos institucionales para el mantenimiento de la libertad política que se ha desarrollando accidentadamente a lo largo de los últimos tres siglos no puede pasarse sin aquella subversión, más original, del orden. El mecanismo no es idéntico a la puesta en marcha. La tosquedad y tal vez a nuestros ojos aparente trivialidad de ceremonias en las que el orden dado queda momentáneamente suspendido   no   debe   ocluir   un   vistazo   al fundamento que sostiene tal ceremonia. Cierto que en la actualidad el ritual de subversión puede ser re-conducido con propósitos de orden no subversivo, en la línea del lema franquista “fútbol y toros para el pueblo”. El carnaval o similares no ejerce ya la función crítica que tuvo en una sociedad estamental, donde la suspensión momentánea de la jerarquía y las relaciones verticales de poder era percibida, al menos en cierta medida, como una recuperación de un estado político más original, más próximo al caos, a partir del cual se genera una legitimización del poder. Sin esos cauces que se remontan a lo ignoto, sabiamente preservados en la ceremonia y ritual, el orden establecido no es posible.   Como decía, incluso en las sociedades modernas y en lo mejor que han dado en lo que respecta a la garantía de la libertad colectiva, no puede prescindirse de un momento inicial, necesariamente creador e irresponsable, en el que el orden dado queda suspendido. La inmensa mayoría de los comentaristas políticos, incluso los que no han enterrado a Montesquieu, pasan esto por alto. Sin invocar a la libertad colectiva y ponerla en acción, los mecanismos concretos para salvaguardarla son operaciones en el vacío. Esto explica por qué resultan tan inanes los intentos “reformistas” de la Constitución. La inteligencia es el segundo paso; el primero, la libertad de acción misma.

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