Bicicleta acrobática (foto: Franck Giral) La economía es lo que importa Con una tasa de ahorro interno elevadísima, China no sólo ha sostenido las finanzas de EEUU a través de compras masivas de Bonos del Tesoro sino también su alta tasa de consumo, con unas exportaciones (cuyo brillo competitivo emana de un ejército de reserva de mano de obra de cientos de millones de personas) que han mantenido bajos los precios de muchos bienes. Además, las importaciones que la diversificada planta industrial china requiere, han apuntalado los precios de los hidrocarburos y los minerales.   La estabilidad de la economía mundial (sobre todo de la estadounidense) depende de la fiereza productiva y la voracidad inversora del dragón chino. La dictadura burocrática del Partido Comunista y los abusos de los derechos humanos ya sólo son notas a pies de página –en las que nadie repara- en las agendas doradas de las relaciones internacionales.   Incluso desde posiciones presumiblemente antagónicas, no es difícil compartir determinados principios económicos. Aparte del hecho de que las grandes empresas norteamericanas contribuyeron de manera decisiva a la industrialización de la Unión Soviética, las dos superpotencias del siglo pasado compartían la glorificación de la productividad y la idolatría de la mecanización del trabajo (el nombre de Henry Ford era tan conocido en la Rusia de los años treinta como los de Lenin y Stalin). Al margen del discurso propagandístico acerca del desenlace de la guerra fría (“una victoria de la democracia sobre el totalitarismo”) el gran triunfo correspondió a una tecnocracia mercantilista que no tiene, precisamente, a la libertad política entre sus prioridades, y cuyo primer mandamiento es “no tocará el Estado los mercados”. Ellos, sin embargo, declaran que no se meten en política, o que, mientras acaten sus directrices, les es indiferente que los profesionales del poder se proclamen de izquierdas o de derechas.   Lo esencial, como decía el embajador estadounidense en la recién extinta URSS, es “crear un buen clima para los negocios”; lo que implica salarios bajos, ausencia de oposición sindical o entreguismo subvencionado, tolerancia fiscal, falta de garantías legales contra la explotación laboral o una legislación flexible, inseguridad social, información privilegiada, tráfico de influencias y mercados cautivos.   Volviendo al presente, el talón de Aquiles del dinamismo competitivo de la economía china reside en el alarmante tamaño de la cartera de créditos tóxicos, concedidos a empresas estatales y funcionarios locales, y que han fluido sin control alguno hacia los sectores que están teniendo un crecimiento más explosivo. Corrupción política y descontrol financiero: ¿les suena de algo?

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