La inmersión del estatuto catalán en ese Leteo del Poder que es el Tribunal Constitucional, habla por sí misma de la apnea política en la que vive la sociedad española. En la duración del caso observamos la ucronía que requiere el Estado de partidos; en su colapso jurídico, el engañoso simbolismo de la institución que lo ve; en la discusión partidista, el lugar que el nacionalismo guarda en nuestro país.   El ensayo de la utopía produce monstruos, pero la mentira política sólo es realizable con forma de ucronía. No se trata de la ucronía de Renouvier, que reconstruye el pasado para fantasear sobre el presente, sino de aquella que altera el pasado para someter al futuro. Y en este lugar sin tiempo, el pensamiento apolítico -quizá habría que llamarlo para-político- de los sacerdotes, artesanos, académicos e intelectuales orgánicos, dedica todo su esfuerzo a confirmar, en virtud del placer que producen la comparación con el pasado común y el éxito personal inmediato, la validez mecánica de lo realizado, de lo existente. Como resultado de este acatamiento de lo impuesto la moral sólo puede ser policial, no sirve de proyección mental, de guía. Bien mirado ni siquiera hay verdadera imaginación en la mentira sino simple ocasión, un disimulo muy semejante al que los animales muestran ante el peligro.   Quizá basándose en el Hipias menor, Nietzsche mantiene que son precisamente aquellos que mienten inconscientemente -malos mentirosos según Sócrates- quienes promueven que la verdad exista como si fuera real. Lo cual nos lleva a pensar que siempre hay una aceptación convencional -pero profundamente arraigada en los instintos- de cierto statu quo social, que es el nacimiento de la política. La política, en su fundamento, no mantiene grandes diferencias con el lenguaje: origina instituciones que abstraen en forma de símbolos de conceptos, además de muchos hechos históricos, gran cantidad de ideales que después la tradición y la fe ciega hacen eternos. Si hay un compromiso tácito a la hora de aceptar el sentido común que dice que existe un mundo real y que, de cierta manera, se puede conocer, cuál no será ese compromiso a la hora de establecer acciones comunes en las que participa la voluntad. Curiosamente parece que no son los sentimientos egoístas lo que dificulta la acción política, sino la propia voluntad de hacer en común (entendiendo “voluntad” a lo Schopenhauer). Esto es, hay una tendencia a aunar voluntad política y condiciones en las que esta  pueda sentirse satisfecha,  sea  cual sea el sacrificio que la unión exija. Incluido el de la libertad.   El mismo Nietzsche escribió que la capacidad humana de abstraer en un solo concepto las grandes diferencias existentes entre individuos, nos empuja hacia la aspiración moral de verdad. ¿Qué condiciones podrían dar lugar a lo contrario? La condición única de la esclavitud. Una vocación hacia la mentira reestablece con la forja del nuevo paradigma el equilibrio político previo (sea este cual sea) sin necesidad de libertad, sin necesidad de crear nada, asumiendo la mutilación tras la extirpación de la propia moral. Todo ello sabiendo que el mayor logro del individuo es la creación, pues en lo demás sólo parecemos un depósito de intereses extraños y fríos de la naturaleza no humana. Y dado que la creación sólo es posible en común, el individuo creador suele ser un grandísimo engreído, pues se encuentra afectado de divina soledad. En el arrebato creativo, más si la obra conduce a la distinción, los creadores no son capaces de ver o no pueden tener en cuenta que la política es la abstracción de las diferencias individuales que conduce a la acción común real, quizá por eso muchos de estos creadores son impotentes políticos y se aferran, también, a la mentira. La mentira que afirma la diferencia igualándonos en la servidumbre mientras la verdad niega esa misma diferencia igualándonos (o desigualándonos, si atendemos a los resultados que arrojan esos íntimos momentos de creación) en la libertad.   Un paradigma falso, como por ejemplo la constitución española de mil novecientos setenta y ocho (que incluye documentos, instituciones, personajes, ideologías y hechos), es fuente de continua desintegración política. Nuestro Estado, conforme a ese paradigma, ha sido mentirosamente constituido y esto obliga a la deconstitución inexorable de la nación política, es decir, de la propia energía vital (sociedad) que lo generó y, en este sentido, el Estado autonómico, federal o micronómico consustancial a la adulteración de la realidad política, también es la cuenta atrás hacia su propia desaparición formal. La mentira moral es efecto de la mentira política, como el nacionalismo es efecto de la desactivación política de la sociedad. El aparato moral humano se descompone para que el ser subhumano que todos llevamos dentro prevalezca; el aparato social se desorganiza para que el aparato estatal perdure.

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