Pienso en… (foto: gutter) El poder del miedo En nuestra sociedad de consumo, el miedo constituye un poderoso instrumento comercial. Los anuncios de servicios matrimoniales o de pareja, de telecomunicaciones, de viajes, etc., están rebozados con un miedo a la soledad que está íntimamente relacionado con el miedo al aburrimiento. El entretenimiento proporcionado en cantidades industriales es el producto más recurrente para combatir o atenuar el tedio de vivir.   E implícito en la mayoría de los “mensajes” promocionales se halla también el miedo a la pobreza (que hoy en día para muchos consiste en no poder consumir a gusto o en la incapacidad de no estar en la onda o a la moda, con el último modelo de automóvil o de televisión de plasma), el desprestigio social, y a la postre, el fracaso económico y profesional que nos reduce a la condición de perdedores en un mundo que parece hecho a la medida de los sonrientes triunfadores. Con el supersticioso culto a la imagen física, proliferan los temores más ridículos: estar feo, quedarse calvo, engordar, arrugarse, aunque este último está conectado con el de envejecer, que es en definitiva, el miedo a la muerte. Y dado que estamos de paso por este valle de lágrimas hay que “disfrutar a tope” el tiempo que nos queda, cosa que consiste, para un individuo medio teledirigido por la publicidad, en el hedonismo superficial del consumo mecánico.   Si nos atenemos a la predominante confusión mediática, percibiremos que el mundo es cada día más peligroso: el terrorismo, en especial el islamista, cuya “locura” es la más terrorífica en la medida en que no se la puede aplacar ni con  amenazas,  persuasión  o  sobornos;  los augurios de catástrofes que asociamos al cambio climático; las pandemias que amenazan a todo el mundo y las vacunas que son peores que la enfermedad. Barry Glassner, es su obra “La cultura del miedo”, certifica que mientras el número de delitos no ha dejado de disminuir en EEUU desde los años 80, la crónica negra ha cobrado cada vez más importancia en los medios. En España, basta con darle un vistazo a los telediarios para comprobar la grotesca e hipertrofiada atención que le prestan a los sucesos.   En Hobbes la condición de toda libertad es estar libre del miedo: la seguridad individual como antítesis de la “muerte violenta”. Pero el miedo también hace que la gente tienda a refugiarse bajo el manto protector, y a la vez esclavizador, del Estado-Leviatán. Todas las instituciones inspiradas por el temor se degradan de manera irreversible, ya que la corrupción es inherente a ellas. Lo que nace de la Transición, más allá de la fabulosa propagación del miedo a una nueva guerra civil, está fundado en el miedo a la libertad política de los españoles.   Bertrand Russell decía que “los hombres temen al pensamiento como a ninguna otra cosa sobre la tierra: más que la ruina, más aún que la muerte. El pensamiento es subversivo y revolucionario; el pensamiento es impiadoso para el privilegio, las instituciones establecidas y los hábitos confortables… El pensamiento contempla el pozo del infierno y no tiene miedo… El pensamiento es grande, rápido y libre; la luz del mundo y la gloria principal del hombre”. La libertad de pensamiento conduce a la acción colectiva de la libertad política que disipará las tinieblas oligárquicas.

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