(Foto: DenverMatt) Juegos de palabras Nuestra peculiar percepción sicológica del tiempo, unida a nuestra capacidad simbólica y lógica, que nos dota para designar y agrupar las criaturas, los objetos y sucesos según ciertas características, nos lleva a ordenar el mundo encajándolo en patrones parciales causa-efecto. Es lícito preguntarse si la adivinada causalidad se da estrictamente en la Naturaleza. Lo que es incuestionable es que la racionalidad siempre gobierna el mundo de los hombres. Esto es la tendencia a manipular mentalmente el espacio y el tiempo —e incluso materialmente a otros hombres si fuera necesario— para anticipar las acciones pertinentes a la consecución de algún fin (cadena causal). El lenguaje es la herramienta, y su condición instrumental queda marcada por los propósitos o por contaminarse en la forma de conseguirlos. Esto puede tratarse de inferir, o al menos es susceptible de investigar, naturalmente siguiendo las sendas de lo lógico.   No debe ser casualidad que la voz latina traditio, -?nis, derivada del verbo tradere que significa “entregar” o “transmitir”, funde etimológicamente dos palabras españolas de significados aparentemente tan dispares como tradición y traición. Solamente la primera mantiene la semántica original, “transmisión de noticias, composiciones literarias, doctrinas, ritos, costumbres, etc., hecha de generación en generación”, según la definición de la RAE (que curiosamente excluye referirse explícitamente a la transmisión del poder). No así traición, “falta que se comete quebrantando la fidelidad o lealtad que se debe guardar o tener” (RAE), hay que sobrentender que en el acto de la entrega o transmisión, o a resultas de ello. Ya hemos visto que el verbo antecedente de ambas voces —tradere— es transitivo, esto es que siempre se entrega o transmite algo objetivable.   Traición y tradición, que comparten un mismo origen en español, encuentran periódicamente en nuestra historia un mismo fin si éste es el poder. En la última ocasión, algo todavía vigente, semejante compañía se acopló en un periodo que se ha llamado, y no es un juego de palabras, transición, del latín transitio, -onis, “acción de pasar más allá”. Y algo así hay que hacer —pasar más allá, entre otras cosas de su significado— para encontrar rectitud en la traición y novedad en la tradición. Pero la raíz etimológica de transición es el antiguo transir, en el siglo XIII “morir”. Y efectivamente nos topamos con la muerte en este episodio: la muerte por suicidio de las Cortes Orgánicas, cosa común después de una traición —que se lo pregunten a Judas, convertido en su sinónimo—, tal vez por ello aquella gloriosa jornada pasó a la historia como “el haraquiri”, igual que el tradicional suicidio ritual del samurái, mucho más saludable para el patrimonio familiar el hacerlo “voluntariamente” que por mandato imperial; y con la inevitable muerte, en este caso por asesinato, de la verdad.   Si nos remontamos a los orígenes latinos del sustantivo transición, llegamos al verbo trans?re, “pasar más allá, traspasar”. Y ello puede acontecer motu propio o a empujones, o sea, “hacer pasar a través (de algo)”, transigere, que en español quedó como “transigir”, trocando el sujeto agente en paciente. También derivado del participio de este verbo latino es transacción, resultado de la “conclusión de un negocio”. En esta familia etimológica se encuentra transido, participio del señalado transir, “consumido de alguna penalidad o angustia”. Transido de frío, o de hambre, se decía. O por la angustia del miedo, golpe militar y crisis económica, que en aquellos días se contagió a los españoles, cosa ideal para acelerar el concertado tránsito.   En el griego antiguo hay más verbos que sustantivos, muestra de que el mundo se percibía más como un conjunto de hechos que de cosas. Ello explica que el origen más lejano de las palabras se remonte hasta referirse a una amplia acción. El verbo latino sent?re sirve lo mismo para designar el “percibir por los sentidos” que el “pensar” y el “opinar” —poniendo de relieve el fundamento empírico de todo conocimiento—, pero encontramos la síntesis definiéndolo también como “darse cuenta”. De su derivado sensa, “pensamiento”, con el prefijo cum, “reunión”, “cooperación” o “agregación”, obtenemos la declarada virtud de los políticos durante la transición: el consenso, o sea, un mismo pensamiento por una misma percepción, algo solamente posible si se comparte un mismo estatus, he aquí la cuestión, que lleva a una idéntica posición. El consenso entre los gobernantes les dota de un interés concreto como casta o clase que se opone per se al de los gobernados, que quedan atrapados en la componenda. Durante la transición-transacción, el consenso de los poderosos se construyó sobre el “asenso” —con el prefijo del griego ?-, “privación” o “negación”, literalmente un “no darse cuenta”— de la sociedad civil, lo que nos retorna, cerrando el círculo, al engaño-traición como tradición del poder en España.   El lector podría ver lo escrito como un mero juego de palabras. Los símbolos siempre parecen inocentes cuando se difumina su conexión con el referente real. Pero, si ello resultara tan inofensivo, ¿por qué han eliminado de la educación de las nuevas generaciones el estudio de la lengua latina? {!jomcomment}

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