Don Quijote (foto: Diego Humboldt) El fracaso y el éxito Además de no ser ya la prolongación de la poesía con otros medios y por otras vías, sino la negación de la idealización poética, la novela se desprende de la epopeya arrumbándola en el pasado. La parodia y la ironía cervantinas asestan el golpe de gracia al género épico o a la ingenuidad e inconsciencia con que el héroe clásico se precipita en el torbellino de los acontecimientos para obtener lo que se propone. A diferencia de esta clase de Caballero Andante, que va ganando terreno con cada una de sus aventuras, don Quijote no sólo no avanza un paso al final de las suyas (cuyos objetivos son vagos e irrealizables) sino que encima sale malparado y malherido de ellas. En todo caso o a pesar de sus repetidos fracasos, decide continuar.   Esta moral del fracaso inyectada en la narrativa moderna, se adecúa a la biografía de Cervantes: cautivo de Argel, cristiano nuevo al que se denegó el permiso para establecerse en América, recaudador de alcabalas encarcelado por deudas, dramaturgo frustrado y vetado por el Fénix de los Ingenios, comerciante arruinado, y en definitiva, con una privilegiada visión irónica, testigo de la condición humana y del Gran Teatro del Mundo (o del teatrillo mundano).   En los diarios de Kafka y en sus relatos (cuyos afanosos personajes tienen ante sí un castillo inexpugnable o un proceso incierto) las referencias al hidalgo de La Mancha son abundantes; el Ulises de Joyce también constituye un desmantelamiento de la epopeya: mientras el antiguo viaje tiene un tono noble, con unos principios que conservan toda su fuerza prístina, el itinerario dublinés de Leopoldo Bloom se desarrolla en un mundo donde los valores se han caído o están pervertidos y blandos.   También la novela negra -con personajes tan característicos como el creado por Raymond Chandler, el detective privado Philip Marlowe- es deudora de esa moral del fracaso que inaugura el Quijote. En el polo opuesto, la consecución del sueño americano ha revelado que éste tiene una siniestra cara oculta: la angustia y la profunda insatisfacción del hombre que presumiblemente lo ha conseguido todo pero que para ello, por el camino o a lo largo de su carrera, ha tenido que ir renunciando a sus más íntimas aspiraciones. En El compromiso de Elia Kazan, la respuesta del protagonista cuando su esposa le pregunta la razón de su malestar es: “Todo lo que deseo es no hacer nada, solamente ser yo mismo”. Tras la fachada del éxito, el bienestar o la comodidad económica, se esconde la soledad –mucho más terrible si es acompañada-, el tedio y el vacío. El quijotesco Orson Welles también consideraba que el triunfo (público) y el fracaso (privado) suelen ser las dos caras de una misma moneda lanzada al azar.

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