Insignes representantes de la zafiedad cinematográfica y literaria (Pedro Almodóvar, Almudena Grandes) que domina el panorama cultural español han tomado la heroica decisión de encerrarse indefinidamente en una Facultad de la Complutense para forzar la exculpación de Garzón. Aunque la fama sea humo, sus vapores son incienso para la mente de estos personajes.   Unos de los rasgos más llamativos de las últimas décadas es la ausencia de personas e instituciones creadoras de opinión pública autónoma. El consenso ha ejercido una verdadera dictadura de opinión de la clase gobernante sobre la acomodaticia clase dirigente y los sumisos gobernados. La disidencia intelectual no ha tenido acceso a los cauces sociales de expresión. Todo lo que va más allá del asesoramiento al poder, constituye terrorismo intelectual, amargura personal o, en el mejor de los tratamientos, piadosa utopía.   Este sombrío panorama, producto del oportunismo pequeño-burgués de la reforma intransitiva y de la deserción, impide, en este momento de crisis política y económica, la manifestación pública de una opinión autorizada de sensatez y de veracidad que oriente las conciencias individuales y frene la hipócrita mendacidad de la opinión oficial.   La clase intelectual, integrada en la clase gobernante o dirigente, tiene en España mucho más poder, pero menos prestigio, que en los demás países europeos. No constituye una verdadera élite. Sus conocimientos, más vastos, o más precisos, no están al servicio de un espíritu inventivo, o de una visión crítica, pero sí al de sentimientos primitivos de seguridad y de miedo que facilitan y promueven la identificación de las masas con la clase gobernante que las engaña.   Hoy en día, la tierra de la libertad política es como la de la verdad, apenas una isla “rodeada por un océano borrascoso, verdadero reino de la ilusión, donde algunas nieblas y algunos hielos que se deshacen prontamente producen la apariencia de nuevas tierras y engañan una y otra vez con vanas esperanzas al navegante ansioso de descubrimientos, llevándolo a aventuras que nunca es capaz de abandonar, pero que tampoco puede concluir jamás” (Kant). Y aunque el paisaje mediático está poblado de bufones cuyos cascabeles no dejan de tintinear, no hay ninguno como el que aparece en “El Rey Lear”: “me quieren azotar por decir la verdad, tú quieres azotarme si miento, y a veces soy azotado por guardar silencio”.

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