El peso del pensamiento (foto: ecstaticist) El papel de la razón Un análisis objetivo de nuestra realidad histórica no puede evitar mostrar la relación intrínseca entre los siguientes fenómenos, pertenecientes a las clásicas “esferas de valor” (Weber).   En lo estético, fealdad y simplismo; decorativismo, pura fachada sin ideas (ni viejas ni nuevas); combinaciones aleatorias de elementos sin una concepción de la vida; sumisión a la fantasía personal irreflexiva; “cualquiera puede hacer arte”.   En lo moral, el relativismo resultante de un proceso de desjerarquización que desdeña cínicamente lo ideal como utopía.   En lo político, la perpetuación de un proyecto demagógico que parte de la Declaración Universal de Derechos como modus operandi, sin garantías para la libertad y en perfecta continuidad con la tradición autoritaria del poder.   En lo científico, reduccionismo a datos medibles cuantitativamente, impidiendo de este modo no sólo la posibilidad de la ciencia en materias sociales –llamando ciencia sólo a aquello susceptible de ser metrificado, como el conductismo en psicología, lo demás despreciado como “metafísica”–, sino entorpeciendo en general la labor de una razón que no  por tratar  materias  cualitativas  ha  de ser menos rigurosa. La razón constreñida a los presupuestos científicos ilustrados de la modernidad ha dado lugar, sin duda, a resultados positivos. Pero hemos de salir de su raquitismo intelectual para asomarnos a la ventana de lo real, tal como se nos presenta hoy, sin por ello faltar a la objetividad necesaria y sin aniquilar la posibilidad de construir un mundo mejor.   La célebre Dialéctica de la Ilustración (1947) de Horkheimer y Adorno es un lugar excelente para comprender los retos y las dificultades contenidas en este proyecto tan vasto como necesario. Un trabajo riquísimo en ideas pero confuso en el concepto, pues en él se mezcla la razón en general con una razón ilustrada sometida a los imperativos de una ciencia tecnológica inercial que, sin poder recurrir a materiales cualitativos (tales como valores morales), condena a la humanidad a su destrucción. Aunque sus autores diagnosticaron con gran lucidez su momento histórico, no supieron ofrecer una salida debido a que pensaron que en los límites de la razón ilustrada estaban asimismo los límites de la razón. El resultado sólo puede ser la desesperación, todavía aparente en la Dialéctica Negativa (1966) de Adorno. Entre tanto, de los escombros de un mundo exhausto tras la aniquilación sin fronteras ejecutada por los totalitarismos, surge el ave fénix de una razón aún capaz no sólo de comprender, sino de actuar en consecuencia.

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