Intimidación (foto: TW Collins)   Principio de autoridad   El policía me para porque estoy haciendo un giro a la izquierda por encima de una línea continua. Pero, al detenerme, me obliga a cruzar tres carriles en circulación y me hace aparcar en una esquina que interrumpe tanto el paso de los peatones como el de los autobuses, que no pueden tomar la curva. Y, tras despedirse con una multa “leve” –que podía haber sido “grave”, agregó– detiene el tráfico entero del cruce, en pleno centro de la ciudad, para, en un arrebato de compasión y para demostrar su buen ánimo, dejarme dar una vuelta de doscientos setenta grados, violando todas las normas del tráfico, ¡y así entrar en la calle que deseaba!   El episodio nos deja atónitos. La lógica es apabullante: para hacer cumplir una ley, se infringen otras quince. Me pregunto: ¿cuál es el motor de un mecanismo tan irracional como inefectivo? No hay duda: el principio de autoridad. Un principio que se palpa no ya sólo donde es hasta cierto punto esperable (el cuerpo de policía), sino en ámbitos que deberían ser tan ajenos a él como la universidad o el comercio.   Se diría que lo que más interesa es demostrar que aún, a pesar de todo, se tiene poder, sin importar cómo se despliegue y qué consecuencias tenga. El dueño de un establecimiento, dominado por este principio, opta por perder a un cliente antes que demorarse a escuchar, o sin mostrar disposición alguna a adaptarse a una situación novedosa. Y el profesor paraliza la iniciativa de un estudiante porque su libertad hace temblar su posición de autoridad.   Estas demostraciones de poder vacías, pero tan dañinas, señalan una evidente frustración: la del ciudadano sin más salidas que amargar la vida del vecino como único posible golpe visible de efecto. Teniendo presente nuestra larga historia de convivencia basada en este principio de autoridad, es cuando menos irónico que hayamos sido condenados por la UE a servir a los más poderosos. La relación sadomasoquista perfecta. Y, perpetuando el mundo de lo meramente aparente, oculta lo esencial: la posibilidad de la libertad, el dominio del poder. Poder, pues, no para atizar a diestro y siniestro de acuerdo con nuestros peculiares antojos o gracias a la posibilidad que ofrece el azar de una posición social, sino poder para construir.

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