"Mis ordenadores" (foto:Francisco García Claramonte) Educación. Racionalidad. Modernidad. Sistemas. Crisis “Science and technology revolutionize our lives, but memory, tradition and myth frame our response”. Arthur Schlesinger, Jr.   Nuestro sistema educativo, como algunos otros de nuestros sistemas, y de manera efectiva, no se encuentra a la altura de las circunstancias. Es un hecho evidente, por otra parte, que el modelo es deudor de parámetros de racionalidad y marcos como definidos desde el siglo XVIII un tanto en adelante. La consecuencia más evidente es, entonces ahora, la grave distancia que se da entre ese modelo industrial -desarrollado entre las luces y el diecinueve- y la realidad, mundo de nuestro tiempo de vida.   Como dispuesto entre Lancaster y Owen, este modelo industrial, obedece a un tiempo – el XIX -, en el que problemas tales como las tendencias inflacionarias que son intrínsecas a lo educacional – industrial; la segmentación, o los propios límites del crecimiento, no se consideran en profundidad por cuestiones de tipo histórico.   En cualquier caso, si re-pensar lo educativo tuviera que guardar relación con lo educacional–industrial, entonces las cuestiones centrales tendrían que ver con el modo en el que este legado pueda ser adaptado a un entorno determinado. Las propuestas de orientación del modelo bien podrían ir, como fueron en el pasado, de lo cultural–político a lo productivista–lisboeta, y en general todo en el marco del Estado Nación.   Con todo, es fundamental hacer referencia a asuntos más profundos desde los que poder aproximarse al problema que nos ocupa: La naturaleza de la crisis de los sistemas heredados en buena medida de los siglos XIX y XX. Parece oportuno señalar que, la crisis actual, afecta a los mismos conceptos de base que otorgaban fuerza y vigor al modelo clásico-moderno de ejercicio del poder.   En Educación y Democracia, por Dewey, como en Deleuze o Foucault, vemos bien como nociones en torno a cierre, tradición o apertura explican en no pocas ocasiones la crisis, la mutación, el cambio o la desaparición de sistemas ya educativos, ya antropológicos y así. En consecuencia con lo apuntado más arriba, podemos decir que si un sistema se abre un tanto, entonces cambia. Que si se abre de manera notable, su tradición se desdibuja. Y finalmente, que si se abre en exceso, la situación se hace poco manejable y la supervivencia del sistema como en un momento conocido, no es entonces clara.   La radical apertura de marcos propiciada entre otras cosas por las nuevas tecnologías, afecta a estos procesos y, así mismo, a las posibilidades de trabajar sobre la eventual gobernabilidad de esta evolución de manera mínimamente racional. La cuestión afecta a ámbitos de poder de factura moderna tales como el económico, el mediático o el político, desde luego.   En una referencia práctica al poder económico, decimos que bloqueado un producto en soportes tipo vinilo o CD, puede este ser comercializado. Internet abre este sistema, desdibuja la tradición productiva–industrial y, si no se sabe poner remedio, el hecho pondrá en peligro el conjunto del sistema–tradición.   Del mismo modo, encerrando la información en prensa, radio o televisión, se puede ejercer poder, se comercializa y se gestiona la información en un modo en el que no se puede hacer una vez el sistema mediático queda abierto por el impacto de tecnologías tales como Internet. Otro tanto podría decirse en lo referente al poder político. Aún del religioso, por seguir algo más al maestro Galbraith.   Es cierto que la crisis actual tiene muchas aristas, pero esta que se apunta, y que tiene que ver con el concepto mismo desde el que operaba el poder clásico –moderno es de notable importancia.   En lo referido a lo educacional–industrial, la crisis en términos de subsistema parece entonces también clara. El conocimiento es abierto y la crisis de la tradición como heredada parece una consecuencia que podemos llegar a esperar.

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