Los profesionales del marketing juegan un papel principal en la sociedad de masas, como persuasores (“hidden persuaders”) de que lo mejor que se puede hacer en la vida es aturdirse, gozar y consumir. No es que esta glorificación del hedonismo más chato -placeres mecanizados y fetichización del consumo- tenga como fin apartar al hombre de la reflexión crítica y de la búsqueda de sí mismo, sino que la preocupación y la tristeza son estados de conciencia y de ánimo escasamente propicios al deslumbramiento por los productos que, a un ritmo vertiginoso, las campañas de venta y conquista de nuevos clientes, arrojan al mercado.   En ese proceso de conformación mental, ha de inculcarse un sentimiento festivo de la existencia que nos introduzca en una verbena permanente y nos haga olvidar lo que pasa fuera: ocurra lo que ocurra, lo mejor, es, pues, entregarse a las delicias del jolgorio y someterse a la terapia del chiste y de la risa fácil. En este parque temático o paisaje de cartón piedra, donde la vida es la suma de sus aspectos agradables, no hay lugar para el dolor ni la agonía, ni para aquellos, como Oscar Wilde, que sientan el mayor desprecio por el optimismo.   Kierkegaard considera la angustia el estado anímico inherente a la existencia humana. Pero el creyente posee el eterno y seguro antídoto contra la desesperación: la “posibilidad”, puesto que para Dios, todo es posible en cualquier momento. En esa misma dimensión irreductiblemente trágica de la vida, Unamuno señalaba que “los únicos reaccionarios son los que se encuentran bien en el presente”.   (Foto: The James Kendall Of The Pistoleers) Sin el consuelo del cielo, paradójicamente, el progreso también puede servir para justificar el conservadurismo, siendo el porvenir la única propiedad que los amos conceden de buena gana a unos esclavos cuyo presente es miserable, pero a quienes se asegura que el futuro, al menos, les pertenece. No está de más recordar cómo los griegos se quejaban de sus dolencias y padecimientos y no se avergonzaban de las debilidades humanas. No obstante, estaban convencidos de que éstas, no debían desviarles del camino del honor.

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