Al contrario de lo que se cree, la opresión del Antiguo Régimen consiguió hacerse invisible tras su propia administración. Durante el reinado de Luis XIV llegó a popularizarse la siguiente expresión: el despotismo está en todas partes y el déspota en ninguna. Bossuet, teólogo del absolutismo, explicó después que Dios maneja el mundo como si estuviera ausente de él; gobierna permitiendo que pensemos que nos gobernamos a nosotros mismos. Este tipo de sutilezas ocultó en lo más oscuro del oscuro designio la causa de la ausencia de libertad. La Revolución Francesa no supo ahuyentar el fantasma de la servidumbre y, así, la carencia fundamental de la sociedad de Dios y su jerarquía, esa rendición de la iniciativa natural ante la imagen dogmática del orden, consiguió prolongar su sombra hasta la actualidad. La realidad monstruosa generada por nuestra propia conducta tarada de esclavitud ha desembocado en una falsedad infinita, en una rendición ante la deslealtad.   Mientras que entre los actuales ciudadanos sin civilidad del mediterráneo la mentira como sucedáneo del compromiso se abre paso haciendo que la palabra dada no valga ni el aliento empleado en su pronunciación, en la Europa reformada la hipocresía es la reina; por eso allí acompaña a las buenas maneras una frialdad escalofriante. El vuelo político del idealismo alemán retorció la cultura europea… Pero mejor ver esta maravillosa película, La cinta blanca. De Dreyer: la tensión plástica en un blanco y negro virado hacia azules y verdes invisibles, la luz resuelta, hermosa acá y allá, pero nunca acogedora. De Bergman: los diálogos en los que el desprecio y el aprecio -por este orden- aparecen desnudos de animalidad, sometidos a la ecuación racional del mundo no católico, incapaces de escapar con sentido del humor frívolo -aquel que se burla a priori, y no a posteriori, de las propias acciones- de la insoportable gravedad del ser. El perfecto conocimiento del recorrido moral que llevó a Europa a la Gran Guerra permite al señor Haneke expresar una vez más su pesimista repugnancia ante las inevitables consecuencias: crueldad y enemistad. La puesta en escena del misterio en segundo plano que hila el argumento enreda el alma; el director ha logrado construir un genuino thriller moral.   Es imposible no extraer enseñanzas y paralelismos de lo bien hecho. Desvarían u ocultan intereses espurios quienes piensan que en cualquier actitud política no existen trascendencia moral y antecedencia instintiva. Se engañan a sí mismos quienes mantienen que la ausencia de libertad, situación que obliga a aunar en la Política hipocresía y mentira, no traerá de nuevo aberraciones éticas inimaginables. Todos tratan de soslayar las incongruencias de la grotesca superstición con la que capeamos nuestra servidumbre haciendo concesiones menores a la tolerancia y negando el imperio de la falsedad; la oligocracia se oculta tras la gentil gestión que hace de nuestras libertades dosificadas. Nosotros, la actual generación europea, hemos invertido el sentido de la degeneración que describe don Miguel Haneke: ya no somos esos niños monstruosamente adultos en su sadismo narcisista que alimentarán el tercer Reich, somos adultos infantilizados para seguir siendo irresponsables de nuestras propias vidas. Así ocultamos, no será por mucho tiempo, los efectos de la esclavitud.

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