Desnudo amarillo (foto: bixentro) Desazón juvenil Se abre un parque “arqueológico” (de los mereníes) en pleno centro de Algeciras, que ha costado años de lucha contra las constructoras y millones de euros para adecentarlo, y al poco aparecen pintados sus muros y sus suelos desperdigados con mierda de perro y todo tipo de basura: cáscaras de pipas de girasol, bolsas de plástico, latas de cerveza. Los vecinos denuncian la “falta de civismo” de los jóvenes de la ciudad, que se suben a los muros para correrse una buena juerga. Y, para inyectar lo que ellos mismos no conocen, piden –agárrate– “vigilancia policial”. Puestos ya a poner parches a la situación, podrían para empezar no haber construido el parque, condenando a los jóvenes a irse a remotas barriadas, o, para el caso, metiéndoles en la cárcel, que así no molestan. Por muy odioso que nos parezca encontrar pintadas obscenas o simplemente eróticas en ruinas de civilizaciones antiguas o en parajes naturales maravillosos, no podemos olvidar que en gran medida somos nosotros, en cuanto ciudadanos, los que construimos eso que se llama civismo. Ése que, en brutal contradicción, los muchos quieren que imponga el Estado por la fuerza.   La partidocracia no ha dejado ni económica ni culturalmente la más pequeña de las rendijas para que jóvenes con inquietudes diversas puedan desarrollarse con naturalidad. Sólo queda lo que ven en la propia clase política y en las películas de la tele: apurar el último trago. Gracias a las subvenciones, los resortes están manipulados por el Estado. Abro el grifo hoy y lo cierro mañana, pero en todo caso tú no tienes el poder de la iniciativa. No, no es el gobierno el culpable; tampoco, mucho menos, una supuesta ineptitud juvenil. Los verdaderos culpables son los pseudo-ciudadanos, que piden al Estado lo que ellos no dan, que están tan exhaustos de miras como los jóvenes a los que condenan, y que con su vil sumisión avalan la terrible desesperanza de quien no tiene más contento que subirse a una antigua pared, comer pipas y beber cerveza. Hasta que la sociedad civil no logre domar al Estado, hasta que no se vean relucir en la realidad política ideales más nobles que la glotonería, la basura de los parques no dejará de ser el reflejo de la impotencia civil.

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