El problema de la Deuda Pública española se acrecienta porque, además de utilizarse para limpiar los activos de las instituciones financieras (residuos de sus propios excesos), pagar la fusión de Cajas de Ahorro (en algunos casos en suspensión de pagos o quiebra camuflados por su mala gestión), conceder préstamos (directamente o a través del Instituto de Crédito Oficial) y pagar los gastos inherentes a una situación de desempleo galopante, como cualquier Estado en estas circunstancias, también se ha utilizado para financiar un elefantiásico Sector Público (que acapara más del 50% del PIB: Estado, Comunidades Autónomas, Entidades locales) generado en esta época de loca descentralización.   A nuestra “clase política”, considerada como el tercer problema de los españoles después del desempleo y la situación económica (según el Centro de Investigaciones Sociológicas), no le ha importado el brusco descenso de los ingresos tributarios debido a la caída de la actividad económica para poner freno al Gasto Público desbocado y realizar una jerarquía de necesidades sociales. Cegados por un intervencionismo primitivo, que considera cualquier actuación del Sector Público como un bien superior, y por la creencia infantil de que dicho sujeto no sólo debe proveer de los bienes públicos (defensa, seguridad, justicia, relaciones exteriores) sino también de cualquier bien social ya sea de forma directa o a través de conciertos, contratos o subvenciones (todo bien o servicio puede ser reconducido a tal), no se han parado a pensar sobre el coste social de tales actuaciones ni sobre el despilfarro de recursos públicos que se genera al financiar gastos superfluos o servicios que puede realizar la sociedad civil.   Metidos en esta vorágine, piden prestado en los mercados financieros (interiores y exteriores) y en el Banco Central Europeo, compran deudas privadas o admiten su descuento a cambio de nueva Deuda Pública (cambian unos “papelitos” por “otros papelitos más fiables”) hasta límites insoportables. El coste de este cambalache tarde o temprano lo pagarán los ciudadanos con sus impuestos (equivalencia ricardiana). Menos mal que la emisión de moneda es competencia del Banco Central Europeo, si no nos inundarían de “papelitos-moneda”.   Nuestros mandarines, llevados por un optimismo irracional (claro síntoma del síndrome del necio [Fernando Trías de Bes]), que actualmente se ha convertido en valor político y que expresan con desparpajo mediante continuas sonrisas, como si fuesen bobos, o mediante fastuosas fiestas para celebrar un acontecimiento trivial, como nuevos ricos, están haciendo mover nuestra locomotora nacional quemando los vagones y gritando con euforia: ¡¡más madera!!

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí