Bahrain's first rave party (foto: Alexander yee) Ocio degradante Dicen que el todopoderoso Jerjes ofrecía una recompensa a quien le procurase un nuevo placer. Hoy en día, es raro encontrar a alguien que no esté interesado por los placeres nuevos porque los de siempre le satisfacen sobradamente. La ambición dominante entre las masas es la de pasarlo bien -en el sentido más pedestre de la expresión-, es decir, aturdirse y divertirse con toda clase de novedosos pasatiempos.   En ninguna época histórica, el hombre común ha gozado de tanto tiempo libre ni ha podido sumergirse en el manantial del ocio como en la nuestra. Pero ya se han desvanecido aquellas esperanzas depositadas en el “leisure time”: en la emancipación y educación ética y estética que comportaría. Lo que ha sobrevenido es una sobreabundante vulgaridad y una pertinaz escasez de imaginación creadora y pensamiento crítico. Las maneras de divertirse están perdiendo su carácter comunicativo para reducirse a un chato individualismo, donde cada uno va por su lado o se recluye en sus fantasías y manías, siendo imposible mantener una conversación porque cada cual preserva su mutismo, sólo habla de trivialidades, o a trompicones: “El hombre atropellado, es decir, el hombre grosero, no tiene tiempo de pararse a buscar la palabra propia… Dirigiéndose al fin a toda máquina, se topa con la barbarie” (Jorge Guillén). Como la gente quiere ruido y movimiento, estridencias y dispersiones, la diversión degenera en ese espectáculo predilecto de las masas: el deporte o tifus deportivo (origen de la palabra “tifosi”, hinchas en italiano), contaminando y saturando el espacio público (las pantallas de televisión), y haciendo de cada individuo un hincha en potencia, también en la política partidocrática.   Aunque la moda y la publicidad, con sus omnipresentes departamentos de marketing, nos muestren este mundo de ocio (para ellos de negocio) como el mejor de los posibles, el hombre medio ha dejado de disfrutar activamente de sus horas de asueto para convertirse en consumidor pasivo y gregario del soma embrutecedor suministrado por el oligopolio mediático y la industria del entretenimiento: esos indispensables cómplices del despotismo político.

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