Portada de John Heartfield para AIZ Exageración y desfiguración * La segunda regla de la propaganda que describe Jean-Marie Domenach * es la de la exageración y desfiguración. Göebbels se aseguraba de que la prensa resaltara las informaciones que les eran favorables, usando entre otros recursos las citas fuera de contexto, algo habitual en la prensa diaria actual y que sirve para crear muchos titulares en los periódicos. La información jamás se trata de forma objetiva. Eso es algo muy difícil de conseguir incluso en la prensa más imparcial, pero cuando la parcialidad es algo constitutivo de los medios de masas y se fomenta explícitamente, los resultados son aberrantes. Las informaciones nunca se dan tal y como se reciben: cuando se publican ya llevan una fuerte carga propagandística. Basta con leer cada uno de los periódicos afines a facciones distintas del régimen y comparar cómo tratan una misma noticia que afecte a dichas facciones. Es más, la propaganda debe adecuarse al nivel intelectual del grupo al que va dirigido: ha de ser comprendida por el más limitado de los receptores. Por tanto, cuanto más grande y heterogénea sea la masa de personas que se trata de convencer, más bajo será el nivel intelectual de la propaganda. Y ésto se puede apreciar en las publicaciones de los grupos mediáticos afines a los distintos partidos: no todas van dirigidas a los mismos estratos sociales ni tratan los mismos temas para hacer propaganda del grupo político en cuestión.   Göebbels era un magnífico orador, que a menudo recurría al humor y al sarcasmo como armas retóricas para acompañar sus discursos. No es extraño, por tanto, que las contribuciones de los humoristas en la prensa diaria jueguen un papel fundamental en la propaganda favorable o desfavorable hacia una facción u otra. La ridiculización del adversario por medio de tiras cómicas y chistes es un arma muy efectiva que llega a casi cualquier estrato social, sobre todo porque implica elementos muy impactantes y simplificadores, como son la imagen y poco texto. Por último, sólo hay que escuchar un rato cualquiera de los discursos que los políticos nos ofrecen en sus mítines para observar algunas de estas características: bajo nivel intelectual de la palabrería que dedican a sus fieles, cargada de vulgares y burdas referencias a los adversarios. Y todavía hay quien se extraña de que Hitler fuera capaz de enardecer a las masas.

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