En la grave crisis económica que atravesamos, con los sectores económicos más emblemáticos de nuestra oferta nacional en deterioro y la demanda nacional bajo mínimos, la mayor parte de los dirigentes de las Administraciones Públicas, de cualquier color político (por sus manos pasa el 50% del Producto Interior Bruto [PIB]), nos vociferan que sus intervenciones en la economía sirven para relanzarla, sin darse cuenta de que las únicas acciones positivas son las que crean valor añadido a la sociedad (servicios públicos básicos, ayudas indispensables e inversiones que estimulen la actividad de los agentes económicos), no sus gastos corrientes suntuarios (ejércitos de asesores, miles de cargos inútiles, mobiliario de diseño, flotas de coches lujosos, alquileres injustificados, compras y servicios ineficaces ….). Ya no les basta con los ingresos tributarios presentes sino que acuden con ligereza al endeudamiento (letras, bonos, obligaciones, préstamos) en vez de restringir sus oropeles. En un año el conjunto de las Administraciones lo han incrementado en 157.254 M€ (15% del PIB). Según el Banco de España, la deuda pública en circulación paso de 498.337 M€ en el 2º trimestre de 2008 a 655.591 M€ en el 2º trimestre de 2009 (61,3% del PIB).   Lo más grave de todo es que el exceso de su utilización nos acerca cada vez más al abismo: al estrangulamiento de las finanzas públicas (dedicar un gran porcentaje del presupuesto a su devolución) y a la suspensión de pagos del Estado.   ¿Para qué ha servido ese gasto público financiado con enorme esfuerzo si se han destruido más de 1,5 millones de puestos de trabajo y el número de ocupados sigue descendiendo hasta los niveles de 2005, llegando a representar tan sólo la mitad de la población española mayor de 16 años (el 49,1%)?: para adquirir activos financieros “bien calificados”, conceder diversas ayudas a muchos bancos causantes de la crisis financiera, salvar Cajas de Ahorros mal gestionadas por políticos sin escrúpulos, fomentar su fusión para evitar la quiebra, abrir y cerrar zanjas (obras públicas locales rápidas y poco pensadas) y a financiar el desempleo galopante.   ¿Qué hace realmente la clase política (que solamente se representa a sí misma: “las Listas las hago yo” decía estos días el líder del Partido Popular ante la profunda crisis de poder en su formación) para salir de esta situación?: escenificar luchas de poder, espiar sin control, robar dinero público, efectuar declaraciones huecas para dar confianza a sus incautos seguidores, ofrecer una vez más ungüento de serpiente y bailar en la cubierta del crucero “España”, mientras éste se va hundiendo dulcemente.

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