Cuando se habla de corrupción en debates públicos, es difícil desplazar a los contertulios de una idea de la corrupción basada en casos personales, detectados en tanto que se enfrentan a un sistema político y legal determinado (en buena parte por ellos mismos, deberíamos añadir). Pero apenas se cuestiona que sea éste precisamente el que esté corrupto, y que, en tal caso, la aparición de uno o cientos de casos de corrupción no se explica por la exclusiva malicia del criminal, los cuales son frutos lógicos y naturales de tal árbol, sino por la descomposición del árbol mismo.   Cuando, por ejemplo, nos enteramos de que cierto periódico de un pueblecito de Gerona recibe setenta euros de la Generalidad de Cataluña por cada ejemplar que vende, que cuesta sólo un euro, con la excusa de una “promoción de la cultura catalana”, sabemos que se trata de algo inmoral y políticamente corrupto. Pero la búsqueda de un culpable concreto de semejante monstruosidad tenderá a diluirse en responsabilidades cada vez más altas en el escalafón legal, que alcanzan a la Generalidad misma, el Parlamento catalán, y, si se quiere ir hasta el final, a la Constitución española. En efecto, es por eso por lo que tantos crímenes y corruptelas han sido pasados por alto por la justicia. El creador de una idea tan ignominiosa está a salvo. Es más, será aplaudido y considerado un campeón de la cultura y un héroe nacional. Pero, en todo caso, de creador no tiene nada, pues su engendro es tan sólo la consecuencia de una red de concesiones cuyo origen escapa a todo análisis subjetivista.   Es por tanto pueril argüir, como hacía un periodista recientemente en un debate televisivo, que, habiendo tratado a muchos políticos durante décadas, no ha conocido a ninguno corrupto. En primer lugar, como si, de estar realmente cometiendo algún delito, se lo fuese a decir al susodicho periodista. Pero ante todo porque este tipo de análisis no percibe que la degradación moral comienza desde la cúpula del poder, y que la vigencia un régimen político u otro determina el grado de corrupción moral de una sociedad. El discurso de la democracia no es psicologista, lo cual sería el refugio partidócrata por antonomasia (“yo no he hecho nada, o nada que no hayan hecho otros”), y debe saltar a examinar las causas de la corrupción desde un plano institucional, donde las soluciones toman la forma de una mecánica de fuerzas.     "A pure theory of democracy"     Publicada la traducción inglesa de "Frente a la gran mentira"

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