(Foto: Diario EL TIEMPO) La vía reformista emprendida por Musavi exigía apoyarse en la burocracia clerical del régimen islámico para alcanzar cierta autonomía de la sociedad civil. Pero para vencer la inercia de lo establecido hay que reunir y liberar energías sociales reprimidas, que en el caso de Irán se encuentran en las ciudades, en sectores sociales con un nivel educativo alto y un poder adquisitivo medio, y entre las mujeres que se resisten a ser esclavizadas.   Con el ostensible fraude que se ha perpetrado contra el cambio deseado por buena parte de la población iraní, ésta puede aprender una lección política crucial: hay que evitar que los dirigentes (aunque sean unos santones) caigan en la tentación de obrar mal, privándoles del uso de instituciones corrompidas, que son aquellas que no garantizan la ética pública, la separación de poderes o la libertad política, sino todo lo contrario.   Sin embargo, entre el inmovilismo represivo de la teocracia y la revolución democrática, los reformistas pueden ganar la partida dejando que se desparramen todas las tensiones sociales, con el fin de que una pluralidad de oposiciones incipientes y divergentes bloqueen o hagan fracasar la organización de un movimiento coherente que se oponga a la reforma del régimen. La reforma también puede ceñirse, según un orden de prioridades, a las demandas de apertura o liberación de sectores sociales homogéneos, con el propósito de disolver las divergencias menores para consolidar la supuesta unanimidad con respecto a la preservación del dictatorial integrismo islámico; pero ésta puede ser precisamente la tensión primordial que al no liberarse haga que el régimen estalle. Kerensky, por ejemplo, abrió la espita de varias reformas sin percatarse de la necesidad de cuestionar la guerra, dando por supuesto el apoyo de los rusos a su continuación.   En “El Antiguo Régimen y la Revolución” Tocqueville señala que no siempre que se va de mal en peor se llega a una revolución, y que sucede con más frecuencia que un pueblo que había acatado las leyes más vejatorias, las rechace violentamente en cuanto el peso se aligera: “El mal que se sufría pacientemente en cuanto inevitable parece insoportable desde que se concibe la idea de sustraerse al mismo”.

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