Desde antiguo se ha reconocido que alcanzar la verdad es una tarea que requiere largo estudio y muchas decepciones. Y la historia del conocimiento demuestra que aquéllos que la acariciaron a menudo ni siquiera se dieron cuenta de ello, pretendiendo en cambio haberla hallado en lugares que, tras nuevas observaciones, han quedado desmentidos. En las viejas civilizaciones fueron los mundos cortesano y sacerdotal los que, por disponer de tiempo para la libre contemplación, sin preocupaciones materiales, desarrollaron las primeras teorías científicas. La disposición de tiempo libre para la investigación fue explícitamente remarcada por los primeros filósofos independientes, los jónicos. Tomás de Aquino indica que la verdad sólo es alcanzada por pocas personas, después de mucho tiempo, y servida “con mezcla de muchos errores” (Suma Teológica).   Aunque el camino para alcanzarla es siempre tortuoso, la verdad, una vez descubierta, adquiere una formulación sencilla. Ésta es la razón por la que permite abusos demagógicos de todas clases por parte de quienes no se preocupan por su origen y sentido. Por eso, teniendo en cuenta la extrema dificultad de cada paso en la consecución de la verdad (pertenezca al dominio que sea), extraña la actitud de quien cree haberla determinado con tan sólo un par brochazos, o de quien se permite, sin más razón que un deseo egoico de prevalecer, desmentirla o cuestionarla sin molestarse en contrastar su postura con los hilos históricos de su problemática. La facilidad con que las opiniones trocan en supuestas verdades debe mantenernos en guardia. Haber rozado la simplicidad de la fórmula acabada está todavía lejos de haber calado hondo en ella.   Mas, así como esta perversión rodea siempre al proyecto científico, no tardará en construirse un edificio sólido sobre el fundamento político de la Verdad=Libertad. Pues nada puede explicarse cabalmente sin esta fórmula, y en cambio todo adquiere sentido con ella. Y, a pesar de los escépticos, sus ramificaciones crecen con la seguridad de esa activa lentitud que posibilita la claridad. Tanto en la ciencia como en el arte, el poder de la intuición por oposición al trabajo asiduo se ha exagerado y mitificado, o ha sido aprovechado por quienes, no queriendo o no pudiendo dedicar su vida entera a un proyecto científico o artístico, quieren sobresalir sin merecer.     (foto: Pablo Fuhrmann)

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