Parlamento europeo, otra sede en Bruselas (foto: burladero.com) Si en las políticas sensibles (fiscalidad, industrias y agricultura) solo emite dictámenes consultivos, si en los gastos obligatorios (los derivados de la política agraria común y de compromisos internacionales) la última palabra la tiene el Consejo Europeo, si los recursos de su presupuesto (derechos de aduanas, exacciones agrícolas, participación en el IVA y en el PIB) están tasados de antemano, ¿para qué sirve el Parlamento Europeo?   Si el monopolio de la iniciativa legislativa está en manos de la Comisión Europea donde se elaboran y negocian las directivas y reglamentos, si las grandes decisiones de política monetaria y fiscal se toman de forma opaca al margen de sus comisiones y de su pleno (en el seno del Banco Central Europeo, en las Direcciones Generales de la Comisión, verdadero núcleo del poder fáctico de la Unión Europea), ¿para qué sirve el Parlamento Europeo?   Si los lobbies ocupan más del 90% de las oficinas del barrio europeo de Bruselas, si hay más de 1500 organizaciones y más de 2000 grupos de presión pululando por los alrededores de los edificios de la Comisión (se estima una nómina de 15000 lobbistas [Lobby Watch]) esperando decisiones sobre el futuro de la energía europea, el sector automovilístico o la industria química, ¿para qué sirve el Parlamento Europeo?   Algunos europeístas se conforman con que Irlanda y la República Checa digan sí al nuevo Tratado de la Unión, lo que aumentaría el número de materias susceptibles de “codecisión”; con paralizar alguna directiva como la de Bolkestein (el aumento de horario laboral); con aprobar “leyes blandas” que sirvan de pautas para la legislación de los Estados miembros; o con interponer algún recurso ante el Tribunal Europeo.   De momento, solo tiene un compendio de poderes subalternos para mantener entretenido a un grupo de dirigentes retirados de la política activa en su país de origen; o para recompensar con fabulosos sueldos y dádivas adyacentes los servicios prestados de manera tan incompetente como la exhibida por la ex ministra de Fomento, doña Magdalena Álvarez.

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