Suele olvidarse que el fútbol es un juego. La victoria responde, en mayor o menor medida de una u otra, a la suerte y a la pericia del equipo, reparto condicionado por las particulares circunstancias de cada partido respecto a la categoría del rival. El objetivo siempre es conseguir un gol más que el contrario. Posicionarse bien, jugar juntos y moverse coordinadamente, tener una mayor posesión de balón, disparar más veces a puerta, triangular eficazmente o correr más y con mejor economía en el esfuerzo que el rival, son cosas que multiplican las oportunidades de ganar. Pero lo que decide el juego son las veces que se logre perforar la portería contraria. Hablar de justicia en el fútbol está fuera de lugar. El hecho consumado del gol convierte en retórico el juicio sobre los merecimientos parciales de unos u otros. Solamente sirve para llenar periódicos y consumir horas de radio y tv, sobredimensionando lo banal y cultivando un forofismo exagerado que retroalimente tal exceso. Contrasta ello con la escasa atención didáctica hacia los aspectos técnicos o tácticos del juego.   Acabamos de asistir a la cuasi unísona apelación a la justicia al hablar de la eliminación del Chelsea a manos del Barcelona. Fue en este caso el favor de la fortuna —incluyendo en este apartado, al aceptar un arbitraje imparcial, los dos claros penaltis en contra no señalados, además del gol de Iniesta en el único disparo a puerta del equipo en el postrero minuto 93— lo que aupó a los culés a la final de Roma, y no una clarísima recompensa por su juego. Así, la citada mención pública a la justicia se ha tenido que apoyar en el conjunto de la temporada y en el estilo de los de Guardiola, cuando no en la propia esencia del fútbol, para poder apilarlas como las virtudes que justifican el resultado. Esto equivale a decir que la justicia en el juego está en que, habida cuenta de lo valiente y lo estético de su propuesta futbolística, gane el Barça por principio cuando no sea fruto de sus méritos.   Ojalá llegue el día en que, con semejante pasión, la energía desplegada en la controversia seudofilosófica sobre la justicia no se refiera a un deporte profesional, cosa sobre la que se insiste en este juego a pesar de sus normas clausuradas; sino en la posibilidad de debatir públicamente acerca de, precisamente, qué reglas han de constituir, cosa que sí debe depender de nosotros, las relaciones de poder según la estimada razón de justicia. Cuando ésta última se hace imposible en lo esencial, es común, tal y como retrata este episodio, el ímpetu por buscarla en lo trivial. *   (Foto: D'neXT)

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