Malas tierras (foto: mueredecine) Malas tierras El término “cultura” puede significar cualquier cosa y ninguna al mismo tiempo: se ha transformado en una categoría tan opaca como iluminadora, que sirve tanto para sostener como para invalidar el argumento que sea. La mera invocación de la sagrada cultura nos libra de la necesidad de ser rigurosos o precisos. Zapatero parece levitar cada vez que escucha o dice esa mágica palabra, pero, al estar muy poco cultivado, cae bajo el hechizo de las obras de Almodóvar, Barceló, y Suso de Toro, tomándolas por altas manifestaciones culturales.   En una época de decadencia estética y cultural Zapatero no pertenece a la minoría que percibe aún la apremiante evidencia de la calidad, ni falta que le ha hecho para llegar a detentar la presidencia de la Real oligarquía de partidos; y para mantenerse en ella, le sobra con estar al tanto del alcance propagandístico de la superchería mediática, apreciar el poder de las imágenes omnipresentes, y apoyar o “estimular” con subvenciones la “cultura como espectáculo” -que es a la que tienen acceso sus potenciales votantes-, cuyas figuras más relevantes volverán a compartir con él la tarima de los escenarios electorales, en una comunión “laica” de la cultura y la política “progresistas”.   Más allá del fetichismo de la mercancía cultural, o la devastadora inversión de valores que se ha producido en las sociedades que adoran el consumo del espectáculo continuo y total, la posibilidad de la percepción misma parece anulada en esas masas a las que excita y embriaga precisamente percibir lo que sea (como fogonazos ininterrumpidos) sin preocuparse de su calidad, en un dominio de la sensación que expulsa a la reflexión. Si antes los viajes estaban asociados al conocimiento, el turismo los ha convertido en entretenimientos vacíos, con su voracidad de novedades incesantes y el ansia de ver el mayor número de monumentos, cuadros, paisajes y cosas en el menor tiempo posible.   Los romanos pensaban que una persona culta debe saber cómo elegir compañía entre los hombres, entre las cosas y entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. Pues bien, en tierras hispanas, con un inmenso patrimonio artístico, seguimos mal acompañados, adoleciendo de pobreza humanística y científica, y lo que es más grave, de incultura política.

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