Semana Santa en La Rioja (foto: Adrián Zorzano) Procesión coordinada Lo dijo el poeta: quienes fueron cristianos, ahora son cristeros. Cristo al paso y Manuel Chaves desde el balcón, se miran. Manolo no lo ve, lo tienen distraído las gracias con las que artistas, banqueros, obispos y guardaespaldas, festejan su nueva y flamante vicepresidencia. Jesucristo no lo reconoce. El paso avanza y la mirada titanlux de la Imagen sigue recorriendo la multitud con rabia; no encuentra a quien busca en la ensalada de cabezas. La crisis. La bendita crisis ha distraído la minuciosidad que las beatas encargadas de vestirlo y peinarlo antes de salir ponían en destripar la vida íntima de sus vecinos. Esa descripción venenosa le servía para reconocerlos: profesionales en cuerpo y espíritu, ladrones del día a día, asalariados y patronos, científicos dedicados, catedráticos, borrachos y pianistas. Seguramente todos seguían allí, pero ya no eran visibles.   Los ángeles habían huido siglos atrás, mucho antes que los buenos cotilleos y las caras, en cuanto los primeros tambores dolientes comenzaron a marcar el camino de la Cruz. Más o menos cuando Don Santiago y la doña, el periodista taurino, el torturador y Mastroianni comenzaron a usar gafas de sol. Fue duro para el Nazareno dejar de ver ángeles y ojos, pero al menos quedaban los gestos y los cuellos. Ya no. Ahora, a la ausencia de chismes, se unía una turba de cámaras fotográficas, videocámaras, teléfonos e ipods. Todos los aparatos se levantaban hacia Él para grabarlo, para almacenar el paso de Dios en un buffer. Ni el saludo de los fascistas ocultó tanto las caras como el saludo de los consumistas. Además, los cristianos habían perdido también el aspecto que les daban sus profesiones. Ya nadie era algo concreto, fontanero o cirujano, en todas las tarjetas de visita se leía coordinador. Coordinador de obra el albañil y Coordinador Territorial quien fuera viento del terrorismo de Estado, la corrupción y la huelga general.   En la Semana Santa de dos mil nueve, cesó la existencia de la única y verdadera epifanía. El Hijo del Hombre dejó de ver nombres propios y en la Humanidad sin rostro no pudo reconocer la emoción de tener que ser salvada. Ni la caspa del filósofo, ni el temblor en los labios del asesino, ni el mentón y los hombros femeninos que movían suavemente su carne animal, nada. Quienes fueron cristianos son ahora cristeros.

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