Aunque es cierto que la expresión representación política es inquietante pues choca contra la intuición -casi el instinto- de que la voluntad de hacer es intransferible, cometen un error los santones anarquistoides cuando desprecian el concepto que encierra. Tal desprecio tiene mucho que ver con el prejuicio de que el Estado es una invención impuesta por del poder tradicional o fáctico y con la ilusión de que tanto el propio Estado como la Sociedad Civil son realidades independientes y enfrentadas. Esta visión dualista originó la tradición contractual que pretende ser capaz de poner ambas instancias de acuerdo. Pero la Sociedad Civil y el Estado sólo son entidades distintas a efectos teóricos. El Estado, en último término, es una emergencia societaria profundamente imbricada en su progenitora. La acción de poder, la acción política, nace en la Sociedad Civil y se organiza por imperativo sentimental y mediante técnicas racional-tradicionales en el Estado que después devuelve la energía inicial de regreso a la sociedad en forma de Administración única.   La Política es la mediadora cultural entre la Sociedad Civil y el Estado. Pero así entendida -como disciplina- la Política no es más que un compendio de saberes y trucos, de manera que sólo quienes se dedican a su estudio, discusión y aplicación conforman la verdadera mediación entre la Sociedad Civil y el Estado. Este grupo especializado es la Sociedad Política. Siempre que, espontáneamente, no toda la población dedique sus desvelos a la Política, existirá Sociedad Política y la representación será imprescindible. Ello no quiere decir que la Sociedad Política represente la Sociedad Civil, pues aquella sólo se guía y distingue en nombre de sus propias ambiciones. Pero sin duda es en su seno donde se tejen todas las directrices de participación universal en la vida pública y donde se forjan los gobernantes y legisladores. Pues bien, cuando esta Sociedad Política no existe, es débil o se ha constituido en casta, la función mediadora que debería ejercer, es sustituida por un aparato mediatizador alimentado para conservar las estructuras que permiten a los poderos perpetuar su estatuto.   El Estado es mediador, la administración estructural que lo devuelve a la sociedad es inexorablemente mediatizadora. El personaje político o partido societario es mediador en el equilibrio de poder; el político o partido estatal es mediatizador del poder, lo administra para mantener las cosas como están. El impulso mediador crea, el mediatizador, conserva. Los medios de comunicación ajenos al partidismo, podrían acoger cierto debate social; los medios orgánicos de la partidocracia, mediatizan el pensamiento. En el juancarlismo no hay gremio mediático, sino lobby mediatizador. Las preguntas que los ciudadanos vomitan en programas estrella de la televisión no son mediadoras entre lo que preocupa a las masas y la responsabilidad de la clase política; son mediatizadoras (mediáticas) de lo que se debe preguntar y de aquello que los políticos impunemente quieren responder.

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