(Foto: dev null) El espejo de Kafka Desde una Praga sometida a los dictados burocráticos que emanaban del centro del imperio austrohúngaro, Franz Kafka iba plasmando en sus obras la insignificancia del hombre moderno frente a unas oscuras fuerzas que condicionan su vida y a las que no puede controlar. Las obras de este escritor visionario están surcadas por la trágica indefensión en la que nos sume un ominoso poder. Los universos concentracionarios del nacionalsocialismo y el comunismo soviético confirmaron los peores augurios de Kafka: la metamorfosis de millones de seres humanos en bichos inmundos cuyo destino no podía ser otro que la exterminación.   Pero ahora tras salir de esas pesadillas reales, el pesimismo kafkiano no parece tener cabida en nuestras sociedades de masas, donde los consumidores, deseando ardientemente la felicidad, están dispuestos a dejarse mecer por las más bellas mentiras de una publicidad rebosante de optimismo. Además, gozamos de tranquilizadores Estados de derecho (pero, ¿acaso los hay de otra clase?); y tanto gobernantes como banqueros y poderosos hombres de negocios, lejos de estar encastillados o de guarecerse en las sombras de un anonimato amenazador, copan con sus rostros sonrientes y sus mensajes de ánimo, pantallas, ondas y primeras páginas de los medios de comunicación. Ya no sentimos que, de antemano, nos consideran culpables y que, por tanto, existen tribunales cuya función consiste en arrestar a inocentes. El régimen oligocrático no es tan burdo como para declarar que determinados miembros de la sociedad no son sujetos de derechos; lo que hace es, por un lado -ya que no todos pueden gozar de la inviolabilidad del jefe de Estado-, suspender la aplicación del derecho para no estigmatizar al carismático jefe de un partido estatal o preservar la impunidad del banquero más influyente con una doctrina ad hoc; y por otro, poner en marcha procesos excepcionales para someter a la más férrea injusticia a la víctima propiciatoria (Ruiz Mateos) y castigar al disidente o al que tenga el atrevimiento de ser honrado (Gómez de Liaño). Con su incontrolable poder, Zapatero se puede permitir ser todo lo optimista que quiera, pero a los gobernados, como dice uno de los personajes de Kafka, “sólo su estupidez les permite estar seguros”.

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