(Foto: belgianchocolate) Incultura El término “cultura” tiene un sentido específico en el campo de la antropología: abarca la totalidad de la institución de la sociedad y de lo que distingue a ésta de la animalidad y la naturaleza. Su acepción común remite a las obras del espíritu (como dirían los franceses) y al acceso del individuo a ellas. Pero asistimos a la negación del sentido tradicional de cultura, a la que se representa como un conjunto de arduos e intimidatorios conocimientos tenidos por inútiles, y menos entretenidos que, por ejemplo -puestos a creer que cultura puede ser cualquier cosa-, las destrezas digitales que requiere “la cultura de los videojuegos”.   El Plan Bolonia, elaborado con el secretismo propio de los enjuagues oligárquicos, sigue y refuerza la tendencia a relegar en los planes de estudio materias como la historia y la geografía, el arte, la creación literaria y el pensamiento filosófico en beneficio de las disciplinas puramente tecnológicas. Habrá profesionales flexibles o maleables, cada vez más preparados para adaptarse a las presuntas necesidades del mercado, duchos en “cultura empresarial”, pero que ignorarán casi todo lo demás. Estos planes educativos, que no atienden a la capacidad intelectiva ni al bagaje de conocimientos de los alumnos, prometen, sin embargo, una rápida inserción laboral y una alta capacidad adquisitiva a los jóvenes mejor adiestrados o a los más competitivos. Todo ello, para disfrutar verdaderamente de la vida, aunque se tenga un horizonte vital muy limitado, a causa, precisamente, de las carencias culturales.   La juventud es una época de aprendizaje, el cual, como todo esfuerzo, será instintivamente evitado. Y si además se nada en un ambiente de hedonismo asociado al consumismo, el máximo disfrute de la vida que pregona la alicorta y machacona publicidad supondrá desentenderse de ella, para gozo de los “hombres públicos” que se aprovechan del aturdimiento juvenil. “Colocados” con pastillas y botellones y enganchados al móvil, los modelos de conducta que aparecen en los infames programas televisivos refuerzan el narcisismo y el exhibicionismo de unos desnortados jóvenes, ávidos de estúpida fama.

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