Los intelectuales, artistas, periodistas, tecnócratas, burócratas y políticos que apoyaron a quienes diseñaron el esqueleto institucional y el ropaje sociológico de este régimen, desean ahora, según doña Rosa Díez, ser mucho más que alternancia, ser alternativa. Pero lo cierto es que la reacción nunca supone alternativa. Unión, Progreso y Democracia es un partido reaccionario que pretende llevar a ciertas personas hasta los puestos de poder con la sola justificación de que el miedo y la decepción han purificado tanto sus almas que pueden seguir dando la espalda a la sociedad civil y ratificando el núcleo venenoso de todo el diseño institucional, la Constitución española.   El papel representado por el partido de doña Rosa en las elecciones vascas abre los entresijos de la partidocracia y el hedor echa a volar. Cuando el recuento de votos indicaba que UPyD sería imprescindible para formar el frente constitucionalista capaz de elegir un nuevo presidente autonómico, doña Rosa clamó que su partido seria exigente en el nuevo Gobierno. Horas más tarde, descartada definitivamente esta posibilidad, la señora Díez dijo que su grupo servirá de apoyo al nuevo Gobierno.   Rosa Díez (foto: UPyD) En la partidocracia todos los partidos concurrentes a las elecciones renuncian a la representación política, traicionando a la sociedad civil. Los grupos menores presentes en el Parlamento sólo pueden aspirar a dos tipos de acción política: 1. Caso de contar con voto decisivo entre ambiciones equilibradas: chantaje indiscriminado y constante. 2. Caso de no contar con esos votos desequilibrantes: la inanidad.   UPyD aspiraba a jugar el papel que tanto ha criticado a los nacionalistas en el Congreso de los Diputados. Ahora, sin poder en el Estado autonómico, la irrepresentación que encarna queda al desnudo. Ningún territorio concreto, ningún grupo definido de electores puede aspirar a que sus intereses sean defendidos por el calienta-escaños de turno de UPyD. Si el juego político es falso, si no existe sociedad política, los diferentes intereses requieren de una miríada de escenarios estatales en los que medrar, desde el Estado central hasta la última comunidad de vecinos. Y lo que en la sociedad civil son sentimientos e intereses reales, en los estadículos son fantasías de tirano. El último trato siempre se establece con uno mismo. Sin libertad, perseguir los propios ideales es venderse. Tagore lo supo tan bien que puede poner el punto final *.

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