Lo peor de la ignorancia es que, a medida que se prolonga, va adquiriendo confianza. En España, lleva ya más de treinta años campando a sus anchas después de empezar sus correrías a lomos de la mentira pública y, todavía hoy, la grosera parafernalia del representado como ritual medular del poder agrede hasta la náusea el más liviano soplo de inteligencia. Según el diccionario de la RAE, “elección” es acción y efecto de “elegir”; y éste, el verbo transitivo que significa escoger, preferir a alguien o algo para un fin, o bien, nombrar por elección para un cargo o dignidad. Hay que descartar ésta última acepción —aparte de ser recurrente al propio término cuya semántica tratamos de dilucidar— porque se refiere a nombrar a alguien, ya que las palabras “cargo” y “dignidad” tienen un marcado sentido personal; cosa fuera de lugar en el sistema electoral español, pues quiénes van a ser los diputados es algo ya decidido por el aparato de los partidos políticos al incluirles, con nombres y apellidos, por orden preferencial en sus listas (además del caso esencial del parlamento nacional, lo mismo sucede para uno autonómico o para el europeo).   Un votante puede escoger o preferir la lista de un partido a la de otro u otros, siempre entre las presentadas por aquellas organizaciones para la propia circunscripción provincial. Y ciertamente así sucede, sólo que estas acciones individuales son despojadas de cualquier trascendencia colectiva, despreciando la elección personal de cada ciudadano al apartarla de lo que realmente es para instrumentalizarla como mero refrendo a un partido, asignándose entonces los escaños en proporción a un apoyo fraudulentamente obtenido.   En España, las llamadas “elecciones” son la acción pero nunca el efecto del “elegir” de los votantes. Todo el proceso es una colosal mentira. Las listas de partido ni siquiera se presentan a una selección. Se trata de la coartada que concertaron los partidos políticos para disimular su somero monopolio en el reparto de un poder indiviso, implicando a los españoles en una inconsciente elaboración —contraria a cualquier principio de decisión racional— de la lista definitiva para su circunscripción. De esta guisa se consiguen resultados finales que, de tener que haberse presentado a una verdadera elección, jamás hubieran sido apoyados. ¿O acaso hay quién en su sano juicio pueda pensar que una “candidatura” que incluyera juntitos, entre otros, a Zapatero, Rajoy, Díez y Llamazares —última que, si nos creemos el timo al pie de la letra, fue la “elegida” por Madrid el pasado 9M— hubiera sido votada por alguien? Descender hasta cotas inconcebibles de idiotez y cretinismo intelectual con tal de confundir al personal, única manera de convertir en cabal semejante desatino, no supone obstáculo alguno para los comentaristas, tertulianos y opinadores de la así oficialmente “La Democracia”, sino, muy al contrario, es motivo de promoción.

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