Tv italiana (foto: Treviño) Durante varias décadas en ningún otro país del mundo se consumió tanto cemento per cápita como en Italia. La construcción, la promoción y las agencias inmobiliarias –inmensos lavaderos de actividades criminales- constituyeron el negocio principal de las empresas mafiosas. En España la Cosa Nostra ladrillera, con sus complicidades políticas y bancarias, ha penetrado devastadoramente.   Aparte de la masiva extracción de fondos públicos a través del peculado “de facto” que supone la partidocracia, España e Italia tienen en común sus cloacas televisivas. En los medios berlusconianos, resulta especialmente abrumador el contoneo de las hermosísimas jóvenes que aparecen en ellos; pero con respecto a las pantallas españolas, son perfectamente “homologables” la machaconería futbolística, el desfile de rufianes y casquivanas en las pasarelas de la pornografía rosa, y la grotesca politiquería de unos profesionales del poder que hacen todo tipo de contorsiones para ser enfocados.   En contraposición a esta barbarie mediática, ver un informativo británico impresiona debido a la escasa atención que se les presta a los políticos, que apenas peroran en la televisión o en la radio, mientras en los medios españoles no paran de proferir trivialidades y expectorar consignas. En ello, tiene una influencia decisiva el hecho de que el representante político responde ante sus electors y no ante sus padrinos o sus jefes de partido.   Los políticos ingleses han sido elegidos en circunscripciones uninominales para resolver problemas prácticos, inmediatos, y no para aburrir a toda la población con frases huecas y generales. En España, con una infame tradición de gregarismo,  se deja a los oligarcas y a su corte tomar el poder para pastorear los grupos parlamentarios que balan en nombre de la soberanía nacional.   Las corrientes franquistas se han transubstanciado en partidos estatales juancarlistas. A la tecnocracia opusdeísta del PP se opone la demagogia falangista del PSOE, con su Sección Femenina de cuota. El papel de la Iglesia ahora lo cumple el oligopolio editorial y audiovisual, desde cuyas páginas y ondas la jerarquía partidocrática sermonea y adoctrina al rebaño de fieles votantes.

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