Arrumbado el marxismo, neutralizada la lucha de clases y apagado el fervor por la “justicia social”, el descontento general se ha disuelto en reivindicaciones de carácter identitario. Al abrigo de la confusa posmodernidad y el difuso multiculturalismo, por doquier se entablan luchas por el reconocimiento de alguna clase de identidad, sea feminista o gay, nacionalista o vegetariana, madridista o antimadridista. El mesianismo de un “mundo mejor”, la utopía de una emancipación humana universal, se han reducido a la vindicación de causas secundarias relacionadas con la minoría concernida.   ¿Qué tenemos? Una esfera pública contaminada de intereses bastardos y de complicidades con las grandes corporaciones y las finanzas globales, sin libertad política colectiva y con simples espejismos igualitarios provocados por la demagogia de los gobernantes. Ante esta situación, no sorprende el atrincheramiento en las identidades culturales, y la integración excluyente que enarbola el nacionalismo.   A comienzos del siglo XIX el romanticismo alemán rechaza la idea objetiva de nación como una comunidad territorial (dotada de su propio Estado) a la que se pertenece involuntariamente, para identificar la esencia nacional con una comunidad cultural de gentes de una misma etnia y con un idioma característico, a la que el racismo y el fascismo concederán personalidad moral para sentir, ver y perseguir su destino.   Este “tema de nuestro tiempo” fue agigantado en España precisamente por el autor de la “España invertebrada”, con la propagación del concepto subjetivo y personalista de nación como proyecto, que primero fue adoptado por los falangistas y después por los que adobaron la Constitución de 1978 con ingredientes tan inapropiados como las “nacionalidades”.   A pesar de la aberrante y reaccionaria concepción en la que se apoyan todos los nacionalismos, siguen siendo vistos con simpatía en Galicia y el País Vasco, como si fuese progresista reclamar el “sagrado autogobierno” –ése que Ibarretxe temía perder antes de las elecciones- que les conducirá a decidir que quieren disponer de “su” Estado, para preservar la homogeneidad cultural, lingüística y étnica de sus naciones.   J.A. Ibarreche (foto: equipo del lehendakari)

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí