Federico Hölderlin La vieja ilusión en la capacidad transformadora de la pedagogía constituye una secularización de la salvación del alma mediante la oración y el cultivo del espíritu. Al considerar el estudio y la lectura herramientas de la emancipación que conducirían a la “toma de conciencia”, los partidos comunistas y anarquistas estaban obsesionados con la formación intelectual de los obreros. Incluso Walter Benjamin cae en este ensueño utópico, al creer que las nuevas técnicas –el cine y la fotografía- darían lugar a la autoconciencia proletaria. Esta prédica educativa ha atravesado todos los órdenes sociales y todas las ideologías, desde el fascismo hasta la extrema izquierda, con la excepción de los nazis, que anteponían la acción a la reflexión.   En el país europeo con mayor inversión educativa, el avance técnico y económico ha sido prodigioso, pero no sabemos si los finlandeses son, a causa de ello, más libres, honrados y lúcidos. Aquí, aparte de la bobalicona educación para la ciudadanía (es decir, para los súbditos de una oligarquía de partidos), con la que una insustancial socialdemocracia estatal quiere adoctrinar a la grey estudiantil, lo más tétrico en el campo de la enseñanza radica en la exaltación del catetismo y en la asfixiante inmersión lingüística que se ofician en los predios nacionalistas: el clásico marco universalista de los planes de estudio reducido a narcisismo de campanario.   En España hay unos niveles pavorosamente bajos de lectura -muchos jóvenes atraviesan la enseñanza sin sufrir la menor contaminación literaria- que es precisamente la que va edificando la conciencia lingüística que permite a los hablantes dilucidar las violaciones y agresiones que se perpetran contra el “genio de la lengua”, porque con la de ésta, comienzan la mayoría de las corrupciones sociales. Además, el lenguaje esotérico que deja boquiabiertos a los ignaros y conquista su admiración es un instrumento de dominación utilizado profusamente por los prohombres de la partidocracia.   Qué triste tópico el de los “españolitos”, el de esos niños a los que se refería el poeta, a quienes su patria les helaría el corazón; ojalá, en ella, alguna vez, se pueda desechar el consejo de Hölderlin: “Si tienes intelecto y un corazón, muestra uno solo de los dos. Si los muestras juntos, te maldicen”.

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