El cese del ministro de justicia se debe a que la jefatura del partido socialista cree que las desveladas aventuras cinegéticas de Fernández Bermejo le perjudican electoralmente. Presentándolo como dimisión, consiguen ante la opinión pública un impacto adecuado para distraer respecto a sus propios escándalos, a la vez que dejan al PP, álter ego en el Régimen, sin su paraguas frente al caso Gürtel, en esa especie de competencia entre ambos por gestionar la corrupción consustancial a esta Monarquía como algo ajeno. Pero el mayor peso en su destitución lo arrastra la terrible imagen de un miembro del Gobierno aficionado a abatir indefensos animalitos, sin piedad y en ambiente y circunstancias asociadas al franquismo; algo intolerable para la pureza del hálito de “buenismo” verde-rosa que pretende exhalar el zapaterismo. &nbsp La dimisión de Fernández Bermejo es imposible porque semejante acto no es percibido entre la clase política española como una salida personal honorable, sino más bien como el reconocimiento explícito de un hecho indigno, tal y como lo atestigua la abismal diferencia histórica entre el número de veces, algunas de ellas gravísimas, en que el citado camino era lo más adecuado y las escasas ocasiones en que efectivamente se siguió; siempre considerando que el sistema seleccione personas con decoro. Así nadie renuncia sin ser obligado por su superior, a no ser que Bermejo fuera excepcional, cosa que invalida el hecho de haber dimitido sólo como ministro —subordinado al Presidente en el Gobierno— y no como diputado —¿contemplan uno u otro diferentes baremos de respetabilidad?— que primariamente ha de responder ante sus electores; también admitiendo que en el Régimen actual haya una auténtica “división de poderes” y no escasamente de funciones, y que los diputados sean personalmente elegidos por quienes representan. Además, el ya ex ministro aseguró unos días antes en el Congreso —no olvidemos que declarada sede de la “soberanía popular”— que no iba a dimitir, y no podría considerarse honor en quien mintiere a tan alto foro, declaración jaleada por los de su partido, despojando de valor el postrero comportamiento. Lo único que no terminaría de encajar en todo este asunto es que el Presidente del Gobierno garantizara en la televisión, curiosamente apenas unas horas después del señalado acontecimiento, que Fernández Bermejo había dimitido, eso sí, nunca por protagonizar algún suceso indigno, sino por no perjudicarle —¿por qué habría de hacerlo entonces, tratándose exclusivamente de mala fe ajena?— a él ni al grupo socialista; claro, que suponiendo que Rodríguez Zapatero no mienta nunca.   Fernández Bermejo (foto: map.es)

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