Las recientes protestas de los magistrados frente a la impudicia con la que el poder ejecutivo ha exigido que se acaten sus órdenes, ha levantado una suave brisa de esperanza en la posibilidad de que los jueces defiendan su dignidad de la única manera posible: conquistando su independencia. En el caso del “cuarto poder”, reina la autocomplacencia, como si los niveles de corrupción interna, degradación profesional e indigna dependencia no fuesen escandalosos. &nbsp Las “ciencias” de la información y los mecanismos de la publicidad se estudian en las mismas facultades; quizá por eso es común a tales disciplinas la exhortación a una sórdida “agresividad” en sus campañas. El ansia de novedad y la necesidad de “frescura” (con inmediato olor a podrido), son características que han traspasado todas las fronteras culturales, y ya se usan como normas para juzgar las obras de arte, cosas que han de permanecer en el mundo generación tras generación. Esto indica hasta qué punto la necesidad de puro entretenimiento ha empezado a poner en peligro incluso lo más valioso, y por tanto, menos perecedero. En Roma, se vio aparecer un tipo de funestos individuos, que constituyeron un ejército de delatores; cualquier rufián con un espíritu ambicioso buscaba a un delincuente cuya condena pudiese agradar al emperador; lo cual era un camino directo a los honores y a la fortuna. Los medios que trafican con las informaciones de la partidocracia, saben muy bien a quiénes deben complacer con sus sesgadas denuncias de una corrupción generalizada. &nbsp En “El gran carnaval” Billy Wilder retrata a un canalla de la prensa que presume de ser un tipo agresivo y embustero, capaz de fabricar noticias cuando no las hay (“salgo a la calle y muerdo a un perro”) para satisfacer la avidez de sensaciones fuertes de un público manipulado y embrutecido. Dejando a un lado el lodazal televisivo, los medios presuntamente respetables ejecutan una sistemática ocultación de la verdad que sirve al engaño institucional; eso sí, con mucha profesionalidad: nada de lo que dicen es formalmente mentira y todo es sustancialmente falso. Algunas verdades factuales incómodas se toleran, pero con la condición de transformarlas en opiniones, como si la política del Vaticano durante la II Guerra Mundial, el apoyo masivo que tuvieron Hitler y Franco, y el oportunismo de Juan Carlos I, no fuesen hechos históricos sino una cuestión de “apreciaciones”.   Prensa orgánica (foto: doraimon)

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