Thomas Hobbes Somos herederos de nuestro pasado colonial. Aunque el pensamiento contestatario, por aquello de oponerse y enfrentarse al “sistema”, sea el que sea, tienda a confundir las causas, lo cierto es que la situación colonial que empezó a desplegarse rápidamente a fines del siglo XIX es de muy distinta naturaleza al imperialismo antiguo, incluso al moderno (Napoleón). Porque el imperialismo antiguo no se basaba simplemente en el expolio de los recursos naturales, como es el caso evidente del colonialismo. Aquél emprendió su causa con la intención de imponer asimismo sus leyes y su cultura, su religión, lo cual proveía al menos de un marco de referencia que, si bien era extraño, tenía cierto alcance universal.   Pero la situación colonial no puede despreciar más las leyes y la cultura, tanto las propias como sobre todo las ajenas. Lo único que le importa verdaderamente es el enriquecimiento material. Y engorda y engorda sin él explotar nunca, creando bolsas de capital inútil que hacen explotar a los demás de pura inanición. Los Estados europeos, ya de por sí oligocráticos, apoyaron la causa colonial por temor a desaparecer –tal era su poder. Y gracias al desarrollo de modos de capitalización cada vez más sofisticados, sin control ninguno, algo idéntico viene estilándose hasta hoy. El colonialismo tal y como se practicó entonces no existe ya. Pero los viejos países colonizadores han heredado el olvido de lo político en aras de lo exclusivamente económico, y los países colonizados están todavía paralizados por el terror de aquella sacudida. Tardarán decenios, si no siglos, en recuperarse.   Debido a este permanente olvido, la oligarquía financiera mundial es la misma de entonces, aunque con prácticas adaptadas a los tiempos. Hobbes había anticipado la situación del capitalismo sin trabas en su Leviatán, y Nietzsche, gran admirador suyo, incluso –o por lo menos in abstracto, filosóficamente– se había complacido en ese mutuo devoramiento en donde acaba por predominar el más fuerte, aunque después personalmente no quisiese tratar con ninguno de sus burgueses representantes. Atentaban contra su fino sentido del “olfato”. Faltaba aquí un análisis de las causas sociales, políticas y económicas. Y hoy es inexcusable cuando el Estado, y como bobos todos los demás, sigue sumisamente los aún crecientes embates de los oligarcas.

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