Los pasados días 26 y 27 de enero reunieron en Madrid, en una “Conferencia de Alto Nivel” sobre “Seguridad Alimentaria” (food security), a la oligarquía financiera del planeta para decidir el cómo y el cuándo de las transacciones comerciales de alimentos. La oposición no se ha hecho esperar, enarbolando el lema de “soberanía alimentaria” (food sovereignty) como contraposición a una seguridad que es más bien aseguramiento de que el capital generado por la industria alimentaria siga circulando en la misma dirección.   Jeffrey Sachs, de Seguridad alimentaria (foto: In my name) Pero aunque la oposición haya manifestado que “existen soluciones fáciles” al problema de la alimentación mundial, lo cierto es que las alternativas que ofrecen, sin dejar de ser por supuesto bien intencionadas y aplicables en determinados contextos (más bien locales), pecan de ingenuidad. Pues su petición de que “se re-instalen los derechos de los gobiernos a intervenir y regular el sector agrícola para conseguir la soberanía alimentaria” no deja de ser algo retórico si tales gobiernos carecen de un sistema democrático. El tirano o la oligarquía de turno harán lo que más convenga a sus intereses, ya estén camuflados por la demagogia socialista o por el manido “bienestar devenido del desarrollo”. Y los pobres seguirán siendo pobres, los ciudadanos de cada nación seguirán sin tener control ninguno sobre iniciativas gubernamentales, y las prácticas agrícolas seguirán siendo calamitosas.   Mientras que el movimiento para una soberanía alimentaria se apoya en el regreso a un imposible modelo de completa autosubsistencia, una política que incentive el apoyo al horticultor y agricultor pequeño y que imponga serias restricciones a ciertas prácticas latifundistas puede cosechar grandes beneficios. Pues a menudo se nos escapa que la comida es mucho más cara de lo que pagamos por ella, y que la razón por la que es tan barata es porque se basa en mano de obra ilegal, sin derechos laborales, y porque las subvenciones de los gobiernos apuntan siempre a las grandes producciones. &nbsp La naturaleza de nuestro mundo global elimina la posibilidad de una estructura comercial medieval de autosuficiencia, y sin embargo las transacciones comerciales de los alimentos no tienen por qué hacerse a espaldas del ciudadano/consumidor y mucho menos de los “pequeños” productores, quienes cosechan de hecho aproximadamente el 80% de la comida del mundo.

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