Kanal, Andrei Wadja ¡Tres acusaciones…! ¡Ah! Qué crimen social puede ser más monstruoso que ver cómo se priva de libertad a un ciudadano inocente, humillado, torturado, sin otro crimen cometido que haber dicho la verdad, sin otra culpa que la de haber persistido en la inocencia moral, ese estado que os repugna como si en ello vieráis reflejado lo grotesco de vuestros vicios, la pequeñez de vuestra codicia, el horror de vuestros calculados crímenes.   En 13 de enero de 1898, Émile Zola, sin estómago para resistir el cruel y mediocre embate de la razón de Estado sobre el intachable coronel Dreyfus, publica en el periódico L’Aurore una desesperada carta al presidente de la República francesa acusando a los mandos militares de la mayor de las vergüenzas, del mayor de los deshonores; la maquinación de un juicio, la condena a un judío inocente. Toda Francia se estremece. Pero este hecho ocurrió hace más de un siglo, y me diréis que la civilización se ha encaramado al Estado. ¡Nada más falso! Y os diré donde os encontráis, si es que la fanfarria de los burócratas de Bruselas os deja escuchar el ruido de la cloaca en la que se han convertido vuestros hogares.   El profesor Ungpakorn ha sido imputado por un crimen de lesa majestad en Tailandia, al acusar a la monarquía de su pais de apoyar el reciente golpe militar. Podría correr la misma suerte que el profesor Nicolaides, un australiano residente en aquel país que ha sido sentenciado a tres años de prisión por publicar un párrafo de ocho líneas en el que describe el concubinato real. Ni siquiera la CNN se atrevió a publicar las alegaciones de Nicolaides por miedo. Si, miedo a la verdad, esa “verdad en marcha, imparable”.   Me diréis que aquellos son países de milenios de opresión y reverencia. Pero, ¿acaso vosotros que toleráis la libertad de expresión estáis más limpios que aquellos que ejecutan la ley? ¿Habéis mirado siquiera a vuestro cuerpo legal?  Pero, ¡oh españoles! no es la ignorancia lo que más os degrada, sino la falta de conmoción ante la acusación pública de apoyo real al 23-F hecha en televisión por Trevijano y el silencio derivado de la indigencia moral de un pueblo arrodillado ante el Estado.

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