Charles Baudelaire (foto: jadc01) La incomprensión circundante es una de las señas de la creatividad en todas las ramas del saber y la acción. Y aunque la causa principal es siempre la obviedad de que el creador se adelanta a su tiempo, o, mejor dicho, vive plenamente en su tiempo desde la profunda comprensión de lo pasado y con una mirada clara sobre las posibilidades futuras, lo cierto es que no todos los creadores han vivido la falta de estimación ajena de un mismo modo, ni tampoco es siempre inmerecida.   Claro que el “merecemiento” acude en este caso, casi sin notarlo, a cierta noción de justicia divina que para nuestros propósitos podemos dejar a un lado. Lo que resulta evidente es que no es igual la miseria, ya clásica, del poeta maldito del XIX que la de un movimiento político cuya verdad se trasluce por los cuatro costados pero que por el momento permanece impermeable a los veneros de la acción societal.   El poeta maldito no tenía tiempo para esperar a su reconocimiento, y, además, tampoco se dejaba querer por él. Era como una traición a sí mismo, a la poesía. El movimiento público en pro del establecimiento de una democracia, aunque deseante, no es impaciente, y sin duda aspira a un reconocimiento ajeno diáfano y consciente.   La lucha política aspira a un establecimiento concreto de premisas en el poder. La poesía, en cambio, es más libre cuando, al formularse, desaparece. El que lee o escucha un poema soberbio atraviesa los pliegues delicados de un mundo anodino, que pueden marcarle profundamente y por siempre, pero el encanto como tal es un estado, y se va… como vendrá pronto una nueva experiencia, a la que querrá dar forma.   En ninguno de los dos casos se apaga la sed. Pues el poeta sigue viviendo y tiene que seguir creando mientras viva. Y el demócrata siempre querrá ver en el Estado el mejor de los funcionamientos posibles. Tanto uno como otro están abocados a la infinitud de un mundo en constante expansión, que a duras penas calibramos. Poeta –maldito o no– y demócrata muerden, sí, el polvo de la ignorancia ajena. Y en uno y otro caso existe la alternativa del patetismo o la sublime dignidad, pero la verdad no cambia en ninguno.  

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí