En la exaltación española de Obama ha cristalizado la misma aberración social que la impuesta, durante el franquismo y la Monarquía de Partidos, con la obligatoriedad política de expresar en público la condena de cada atentado de ETA, para no parecer sospechosos de simpatías con el terror. Lo obvio ha sido excluido del terreno de la conciencia privada y sometido a la necesidad de ser incluido en el consenso de lo público. El rechazo del crimen y el parabién a la virtud se dan por supuestos en toda sociedad sana. Pero han de ser explicitados en una sociedad criminal y viciosa, donde las conciencias normales se refugian en el silencio del pudor. La exageración en el elogio de Obama traduce, en España, la necesidad de que el consenso antidemocrático, la corrupción de los partidos estatales y la mentira de los medios sobre la naturaleza de este Régimen, parezcan contener los valores éticos y los nobles fines de la democracia. La bella retórica de Obama y las promesas alentadoras de su discurso no han traspasado, hasta ahora, las fronteras naturales de la libertad, en una democracia asustada de los errores y brutalidades a donde la condujo el abandono de sus principios fundadores y el desprecio de la verdad. La catarsis negra la retorna a la normalidad.   La hiperbólica recepción de Obama en la opinión española oficial, el obamismo, delata el complejo de inferioridad que late en el cuerpo oligárquico del Estado de Partidos. Especialmente en el PSOE, acrítico partido del gobierno que, sin temor al ridículo, presume de haber anticipado una esperanza similar a la despertada en EEUU, olvidando que Zapatero humilló en Madrid la bandera que ha hecho posible a Obama. Y también en el PP, que no comprenderá el alcance político de lo allí sucedido, si ignora aquí la condena de la canallada internacional que Bush fraguó, con Aznar, en las Azores. Del mismo modo que la moderación en el elogio de lo grandioso, lo sublime o lo creador, es signo de mediocridad envidiosa, la exageración laudatoria de lo natural, en una democracia verdadera, sólo puede acaecer en las sociedades que no sólo desconocen la libertad política y la de pensamiento, sino que están educadas en la servidumbre voluntaria al poder estatal sin control, y en la admiración servil de todo lo poderoso.   florilegio "Si no hay libertad, no puede haber naturalidad de gestos ni de opiniones. Si lo oficial es falso, no hay espacio público que ose dar cabida a la sinceridad inherente a lo verdadero. Si no existe libertad política ni de pensamiento, todo es propaganda. Si se disimula la miserabilidad moral de la vida propia, los juicios sobre la ajena están viciados de hipocresía, cinismo y miedo. La hipérbole elogiosa de lo lejano denota la pobreza espiritual de lo cercano."

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