José Luis Rodríguez (foto: Jaume d'Urgell) El desarrollo de la civilización se basa ampliamente en nuestra capacidad para predecir acontecimientos. Comprender que el sol saldrá todas las mañanas, o que si hago tal cosa existen tantas probabilidades de que se sucedan tales efectos, permite acciones cada vez más complejas cuya consecución, al ser observada, genera lo que denominamos conocimiento. Es posible que se trate de una de las necesidades psíquicas más elementales, provenientes (ontogenéticamente) de la absoluta indefensión del infante y (filogenéticamente) de la vastedad y brutalidad de la naturaleza. La incertidumbre nos devuelve, aunque sea sólo en la periferia de la conciencia, a tal sentimiento de desamparo.   Este hecho psicológico tan primario explica el refrán “más vale malo conocido que bueno por conocer”, el lema por antonomasia no ya del prudente, sino del temeroso. En el terreno político explica en parte por qué las masas acuden a refrendar con su voto un sistema tan patentemente maligno, y se niegan siquiera a escuchar alternativas. El instinto les dicta: no, eso es imposible, demasiado arriesgado, prefiero lo que hay por muy malo que sea. De ahí que la libertad nunca haya sido cosa de mayorías. La libertad requiere un conocimiento tácito y consciente de un gran número de patrones establecidos para, contando con ellos, retarlos, hacia lo nuevo.   Por supuesto, existen muchos tipos de causas además de las psicológicas (sociales, económicas, institucionales, culturales) que dan razón del ser de la falta de libertad. Pero cuando un amigo de la infancia, de pensamiento siempre algo atávico pero casi siempre buscador y en general abierto, se aferra de pronto y para mi sorpresa a la idea de que Zapatero es el mejor presidente que ha tenido España en su historia, no puedo simplemente acudir para explicármelo a su ignorancia de la misma, sino a una forma elaboradísima de retornar a toda costa a aquella seguridad elemental ante la incertidumbre que individualmente nos proporcionó la madre y colectivamente la sabiduría acumulada.   Ahora bien, lo que a muchos se les escapa es que semejante seguridad, totalitaria por naturaleza, es imposible. Y que de hecho sólo aceptando el reto de la libertad podemos envolver grados mayores de certeza. Una paradoja que a veces cuesta la vida desentrañar.

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