Cristina Garmendia (foto: Patxi López) España no funciona como una meritocracia en casi ningún ámbito de la sociedad, quizás excluyendo parte de la empresa privada. Utilizar las influencias familiares o las adquiridas mediante la amistad para acceder a un puesto de trabajo es parte de nuestra cultura, e incluso está socialmente aceptado. Sin ir a escalafones inferiores, sólo hay que ver la lista de ministros del gobierno y comprobar algunos de los currículos para observar circunstancias más que curiosas. En el campo de la ciencia, donde los méritos deberían ser los únicos factores a tener en cuenta, el sistema de acceso a las universidades o los centros de investigación públicos está invadido cual cáncer metastásico por la endogamia, y muchas veces por su pariente próximo el nepotismo. Casi la totalidad de las plazas que salen a concurso tienen nombre y apellidos con antelación, normalmente a ocupar por un candidato “de la casa”, y los opositores externos que se presentan a ellas no suelen tener ninguna oportunidad, aunque sus CVs sean superiores. El sistema es injusto, perpetúa los vicios, y ningún responsable parece dispuesto a cambiarlo.   Una posible solución consistiría en evaluaciones independientes (por agentes extranjeros) que puntuasen la calidad científica de los centros de investigación nacionales. El dinero disponible para ciencia se repartiría entre aquellas instituciones que presenten las puntuaciones más altas, dejando al margen aquellas que han obtenido peores calificaciones. De este modo, las universidades y CSIC pujarían por fichar a los mejores científicos del país: a mayor nota, más dinero para la institución y mayor prestigio. Así funcionan los clubes de fútbol, y no les va nada mal: los jugadores de la cantera que valen llegarán al primer equipo, el resto se irán a otro sitio. ¿Ingenuo, irreal, fantasioso? Para nada: el sistema de investigación del Reino Unido, segundo por detrás de Estados Unidos, funciona de esta manera, y algunos de sus centros y universidades están entre los más prestigiosos del mundo. Pero nuestros vecinos anglosajones viven en una meritocracia, que tiene sus imperfecciones y sus pegas, pero donde aquellos que lo ambicionan tienen vías razonables para conseguir lo que desean. Aquí nos tenemos que conformar con lo que nos toca, los que tienen suerte. Muchos otros se quedan por el camino, tirando a la basura años de sacrificio y de recursos públicos.

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