Etienne de la Boetie La actitud con mucho mayoritaria de indiferencia política, siempre y cuando uno pueda seguir tranquilamente con sus cosas, merece una breve reflexión. Pues los que se amparan en ese motto silencioso que reza básicamente “déjame en paz”, manifestado de muy diversos modos según la ocasión, a veces explícitamente con estas palabras, pero en todo caso idéntico en sustancia, probablemente desconocen que esta actitud incuba precisamente intervenciones inesperadas del poder en esa esfera privada que tanto se esfuerzan en preservar.   “Dejadme en paz” es el lema por antonomasia de una sociedad conforme con y conformada por la oligarquía. Promoviendo la ignorancia de lo que podría ser público, fecunda el útero de la libertad con simientes de intervencionismo discrecional que la filtran y en último término la destruyen. De ahí que el tránsito de la oligarquía a la tiranía de uno solo haya sido en la historia tan sencilla, pues la actitud más bien medieval de cada cual ocuparse de sus propios asuntos y de entender la libertad exclusivamente en términos de interioridad, había sido fomentada ya entonces. Y, en un último estrato que no debemos olvidar jamás, esta actitud generalizada fue la que permitió la totalitarización plena del Estado típica del siglo XX europeo.   Si los intentos de participar en política dentro de un sistema de coordenadas oligárquico como el nuestro están condenados al fracaso, la indiferencia es tanto más nefasta cuanto que jamás sabrá decidir cuándo es preciso entrar en acción. Mientras uno pueda disfrutar un poquito más, o edificar un cerco de seguridad personal razonable, se adaptará a las circunstancias, sean las que sean. Pero el problema es que, al basarse en la funesta ilusión de colocar el placer (o salvación) personal como último criterio político, uno pierde la oportunidad de moldear las circunstancias de acuerdo precisamente con esos criterios de seguridad razonable y disfrute de la vida.   Nadie, fuera de la democracia, está a salvo de perderlo todo de repente. Pues ni la dictadura de uno ni la de muchos garantizan que lo elemental para todos sea establecido. Por muy paradójico que parezca, la única opción para aquéllos que quieren simplemente disfrutar es luchar para que otros puedan hacerlo también, sabiendo de antemano que la lucha no tiene fin.

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