Si los españoles aguantaron estoicamente el Franquismo hasta la muerte del mismísimo Dictador, con mucha mayor soltura tolerarán su herencia monárquica, que además de permitir el pluralismo de partido en el Estado, promociona hasta retorcerlas todo tipo de libertades, excepto las que atañen a lo colectivo, que habrían de convalidarse administrativamente dando por plausible participar en el reparto proporcional en inferioridad de condiciones; pero contando con la unánime definición público-mediática que torna en democrática la realidad de un poder sin control y donde los votos de los ciudadanos no eligen nada ni a nadie.   Que la única salida pacífica a este Juancarlismo auto reaccionario, que deseamos episódico y no terminal para España, tenga que venir de la atrofiada sociedad civil; no es que resulte milagroso, sino más aun histórico, pues sería la primera vez que los españoles protagonizaran algo así.   Aunque deducir atributos colectivos carezca de rigor científico alguno, sí responden a una generalización descriptiva. En este caso, las naciones a las que hemos de compararnos son a la francesa y a la británica. Ambas protagonizaron dos revoluciones, con cierta implicación popular, que acabaron con la ejecución de sus monarcas, símbolo de la autoridad del Estado, por entonces vinculada a lo divino. Los españoles somos ajenos a hechos similares. El pueblo ha eludido cualquier complicación política, jamás creyéndose respaldado por el derecho y sabiéndose insignificante para las castas dirigentes. El ejército decimonónico fue la cantera de los “revolucionarios”, reflejando que solamente un poder fáctico podía oponerse de hecho al Estado, episodios que se nos han presentado como guerras “civiles”. Respecto a la cuestión de los reyes, es difícil dilucidar si nos hubiéramos atrevido a ejecutar alguno, pues los borbones hicieron gala de un pragmático amor patrio que les llevaba a poner tierra de por medio ante la primera dificultad, demostrando considerar siempre su persona de mucho mayor valor que la Corona.   Oliver Cromwell mural (foto: kyz) Es así como se debió forjar el carácter de un pueblo acostumbrado al dirigismo político, considerando ajena la res publica al comprobar que la Ley está continuamente a disposición de los poderosos, y aguantando con pío estoicismo su eterna sumisión, ahora con la síntesis monárquica del Franquismo y la II República bajo la égida de Juan Carlos, que pervive estatalizando la esperanza y cultivando una utopía de autonómica ingeniería social.

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